Por Edgar Valenzuela
La reelección es la madre de todos los males y la fuente de todas las desgracias en nuestro país….mientras los políticos están abajo.
Desde que nuestros flamantes políticos se trepan en el poder, y pueden firmar cheques, viajar y andar en jeepetas se olvidan de los años que pasaron combatiéndola por ser, supuestamente, un obstáculo para el avance institucional y la alternabilidad democrática.
No hay reeleccionista más fogoso que quien hoy es funcionario, y ayer fue el más activo militante de oposición.
La práctica demuestra que las posiciones a favor o en contra de la reelección en República Dominicana no obedecen a principios, sino a conveniencias coyunturales.
Hay pocas excepciones a la regla. Juan Bosch prohibió la reelección presidencial desde el gobierno, consignándola en la Constitución del 63. Pero a Bosch lo tumbaron por impulsar la verdadera democracia en el país.
Lo primero que hizo Joaquín Balaguer cuando llegó al poder en el 1966 fue modificar la constitución para reestablecer la reelección indefinida.
“La constitución es un pedazo de papel”, dijo.
Desde entonces aquí se juega a la reelección.
Un presidente puede anunciar hasta cuarenta veces en público que no se va a repostular y, a última hora, decide “sacrificarse” por la patria.
La reelección presidencial produce “el efecto mágico” de hacer cambiar a los políticos de opinión, sobre todo cuando están en la cumbre del poder. No importa el color. Nadie quiere darle paso a nadie. Cada uno creer haber sido “elegido” por Dios. La reelección presidencial es parte del proyecto de reforma constitucional sometido al actual Congreso Nacional. Hace apenas siete años, en el 2002, el presidente anterior patrocinó una modificación exclusivamente para suprimir el impedimento para él volver, volver.
El fenómeno es cíclico y transciende las fronteras nacionales. En otros países de América el amor por la reelección, desde arriba, es recurrente. Igual a como es su “satanización”, desde abajo.
El autor es periodista.
miércoles, 6 de mayo de 2009
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