sábado, 14 de julio de 2012

Confesiones de un ex religioso

 El Dinero y sus misterios. Una historia verídica


Había una vez que yo, junto a mi esposa e hijos, asistía normalmente, dos y tres veces a la semana, a una iglesia evangélica a la que también iba una hermana mía.Durante algunos años fuimos miembros de esa congregación cristiana, siguiendo así las enseñanzas de nuestros padres.

Como es regla en tales recintos religiosos, tanto mi hermana como yo, en cada culto, procurábamos dar alguna ofrenda en metálico para el mantenimiento del local, así como del pastor y su familia.Mi hermana, que era muy piadosa, de su pequeño salario aportaba mensualmente una suma adicional, como una especie de diezmo para los gastos extras del templo.

Así pasaba el tiempo, hasta que uin día mi hermana se fue a vivir al extranjero.Pero todos los meses me hacía llegar 5 ó diez dólares como diezmo para su iglesia. Religiosamente yo tomaba esa suma, la entraba en un sobre pequeño y la depositaba en un lugar especial que había en el templo para esos fines. Nadie supo nunca que yo hacía eso, y mucho menos que se trataba de envíos realizados por mi hermana desde el exterior.Tal vez alguien pensó que se había olvidado de todos. pero no fue así. Ocurre que el dinero es una ofrenda, digamos, secreta. Nadie debe saber si das, o no das, o cuanto das: eso es cosa entre tú y Dios.

Así pasaba el tiempo.

Un buen día,  comencé a faltar poco a poco a la iglesia, hasta que me desvinculé por completo y no voilví más (el pastor de la congregación nunca fue a visitarme, ni su esposa, para indagar las razones de mi ausencia y de mi familia, que hizo lo mismo que yo. Claro está, me pareció excelente que este no fuera a importunarme con preguntas, oraciones y ese tipo de cosas. Luego comprendí que él había fallado en su ministerio conmigo, porque el alejarme de la iglesia me causó mucho problemas y dolores de cabeza, que tal vez se hubiesen evitado si él me convence para volver al redil. Pero en verdad, el único responsable fui yo, vamos a ser honestos, fui yo y nadie más, lo que pasa es que siempre estamos buscando a quien echarle la culpa de nuestros fracasos).

Dejé, pues, de ir a la iglesia.Mi hermana no lo supo. Nunca se lodije, tal vez pensando que algún día podría reintegrarme y que todo se quedara así.Ella, ajena a esa situación, enviaba todos los meses su aporte económico al templo.Desde entonces yo tomé su ofrenda y la guardé en un bolsillo de un abrigo.Cada mes, cuando llegaba, la guardaba en aquel lugar. Nunca la usé. Tampoco necesitaba esos fondos. Me daba pena decirle que ya no iba a la iglesia.Por eso no se los devolvía.

Así pasaba el tiempo.

Un día mi hermana me llamó del extranjero y me contó que las cosas no le iban muy bien y me pidió que la ayudara económicamente. Le dije que sí, pensando en el dinero que tenía de ella. Le dije "claro, Dios te apoya",y le envié 800 dólares que había guardado de sus envíos.Luego le conté de donde había salido el dinero. Ella solo guardó silencio.

Me parece que esta es  una bonita historia. Y es verídica.Mi hermana, enviándo dinero para Dios, estaba, en verdad, ahorrando para ella misma. sin saberlo. Ja, ja, ja, ja..más bueno que es así.

Cassandro Fortuna

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