La de caudillo es la personalidad de lo complejo y de lo que aparenta
elemental en el uso de sus facultades que no excluyen la fuerza temible y
el castigo oportuno.
Ahí los premios, que los hay de acuerdo a una escala nada ortodoxa, se
ganan en la aquiescencia que va de lo turbio a lo incierto, de lo
impredecible a lo demasiado evidente.
El caudillo es el que impone su indudable voluntad sobre sus elegidos y sobre los otros.
Su diseño concurre a la idea y al ideal de que todo se cumple en un
diseño natural como venido de los tiempos y de alguna fatalidad
histórica.
El caudillo, en el universo de las apariencias, lo es per se, como una
deidad que siempre estuvo ahí en medio del torbellino de los
acontecimientos.
Acaudillar no es una acción imprecisa y díscola sino un cálculo y una
serie de acciones sutiles destinadas a los diferentes estados de
conciencia. Todo caudillo tiene una poderosa arma psicológica que
deviene desde los días tenues y penumbrosos de la caverna en la que el
jefe tribal acercaba sus poderes a los de una deidad. La ausencia de ese
recurso de sugestión y de persuasión (o disuasión, según sea el caso)
limitan enormemente las posibilidades de amoldar las fuerzas impulsivas
de esa masa porosa que espera por ese “ser superior” para ser
acaudillada y claramente sometida a su voluntad omnímoda.
La gran debilidad del caudillo viene dada por la posteridad. Un jefe con
atribuciones de semidiós, con el poderío de aquellos que no tienen que
rendir cuentas más que a su propia conciencia no son fácilmente
reemplazables ni en vida ni después de la muerte.
Su presencia causa una alienación tan pronunciada en las filas de sus
adeptos incondicionales que su ausencia de hace inconcebible.
Y sin embargo, ésta sucede y sucede. Joaquín Balaguer, como es dable
pensarlo, no podía escapar a esa fatalidad histórica, a ese destino
inevitable. Existen razones dinámicas para creer, sin embargo, que
aunque él lo ignorara o no, es el último de esa “pléyade” de actores
de “primera magnitud” del breve y acaudillado cielo dominicano.
Ya ese tipo de cimarronaje político de carácter tribal se ha ido
despejado de nubes generadoras de “hombres fuertes” con los que nos
saludó la metrópolis desde antes del primer cuarto de siglo pasado.
La idea central del imperio era que no estábamos aptos para la
encomienda democrática, que no teníamos la suficiente “civilización”
para entender un proceso de esas dimensiones y que nuestras luchas
internas debían ser segadas para dar paso a su dominio “civilizador” a
través de tiranías implacables controladas por sus pentágonos u otras
implicaciones del diseño manu militari.
Ahora sus diseños concurren a sutilezas y a la animación de esas
formaciones “civiles” que se ha convertido en vínculos de presión con
estatus de organizaciones no gubernamentales, entre otras “razones” y
razonamientos.
¿Quién fue?
Joaquín Antonio Balaguer Ricardo nació en Navarrete el 1ero. de
septiembre de 1906, y murió el 14 de julio de 2002), fue un abogado,
escritor y político dominicano. Presidente de la República Dominicana en
los períodos 1960-1962, 1966-1978 y 1986-1996.
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
Escrito por: Rafael P. Rodríguez
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