El Extraño poder del Café
Wilson Roa
El autor es animador cultural y actor
Una tarde del mes de febrero, me encontraba sentado en una vieja silla de guano en el patio de Doña Maicita, en la comunidad El Cacheo. Como cada quincena, visitaba el lugar para conversar con los promotores de sobre la gestión de las agendas de desarrollo de la comunidad. Habitualmente, las reuniones iniciaban compartiendo un café. Como siempre, al terminar este preámbulo, Doña Maicita, madre de la promotora, recogía las tazas y se las llevaba hacia la vieja cocina de madera.
Aquel día, la reunión empezó como de costumbre. Mientras conversábamos sobre el avance de los proyectos, una carcajada proveniente de la cocina interrumpió la reunión. La envejecida señora se asomó sonriente a la puerta con una taza en las manos, era la que yo había usado. Con cierto sarcasmo, la hija le dijo: -Mamá, pero quémele la taza a Wilson. Ella se desgajó contra el tejamaní y de un brinco le mostró a la hija la taza recién quemada. Esta se asombró al verla y empezó a reírse también.
Intrigado por el asunto les pedí que me dejaran verla. Me asomé a la vasija y sólo pude ver manchas de café chorreando desde el fondo. Desconcertado, encogí mis hombros sin entender el asunto. Ellas empezaron a hablarme de lo que veían:
-Tiene dos hijos, dijo la madre, apuntando hacia el fondo de la taza.
–No, son tres, dijo la hija señalando la misma mancha, eso que está ahí abajito es un niño acostado. ¿Verdad, Wilson?
Sorprendido, les sonreí asintiendo con la cabeza. Ellas continuaron describiendo aspectos de mi vida que, extrañamente terminaron siendo ciertos. Dentro de sus relatos describieron, con increíble aproximación a la realidad, la personalidad de mis compañeros de trabajo más cercanos; las contradicciones que recientemente había tenido con una mujer poderosa de San Juan; y decisiones importantes que recientemente había tomado en mi vida financiera. Las verdades de aquellas crónicas me dejaron perplejo, considerando que provenían de personas recién conocidas.
Sin embargo, me asaltó la suspicacia. Empecé a creer que me estaban vacilando cuando me hablaron de que me había salido un viaje y que me entraría mucho dinero: el mismo cuento de todos los que dicen saber de ese asunto. En fin…, dejamos el tema y terminamos la reunión. Todo quedó como un momento fantástico.
Pasarían cuatro semanas sin regresar a la comunidad. Ese mismo día, al llegar a la oficina, mi jefe me recibió con un expediente en manos. Me preguntó si estaba interesado en participar en un Curso sobre Gobernabilidad y Democracia a realizarse en la ciudad de Guayaquil, Ecuador. Le dije que si y al cabo de tres días estaba en el avión. Luego de dos semanas, estaba de regreso. Me reintegré a los afanes del carnaval, y en ese mismo fin de semana, nuestra comparsa, Los Zánganos, había ganado el Gran Premio Nacional de Carnaval en Santo Domingo valorado en doscientos cincuenta mil pesos. El lunes fue un día de gozo para todos los sanjuaneros.
Al regresar a la comunidad, sostuvimos la acostumbrada reunión en casa de doña Maicita. Al llegar a su casa, la hospitalaria mujer me recibió con un efusivo abrazo, me miró de reojo y me preguntó capciosamente: -¿Y dónde estaba mi jijo? hace tiempo que no nos vemos. Yo le respondí que estaba trabajando fuera de San Juan. Pero ella insistió preguntando que dónde estaba trabajando. Le conté que estaba trabajando fuera del país y lo del carnaval. Ella se me paró de frente sosteniéndome por los hombros con ambas manos. Me miró sonriente y me dijo: -Usted se acuerda lo que yo le dije sentado en aquella silla, “hay un viaje y dinero”. Esta mañana en la radio, completó emocionada, anunciaron lo de su premio. ¡Felicidades, mi jijo!
Sentí erizados los bellos de la piel. Desde entonces, cuento maravillado esta historia real, pues de ella comprendí que la gente humilde del campo es capaz de interpretar, con gran sabiduría, el extraño poder del café. Confieso que no creo en lo que no comprendo, pero desde entonces he tomado algunas medidas para mantener a salvo mis ideas y secretos. Ya no tomo café en tazas, sino en vasos plásticos.
Wilson, maravilloso relato. Te felicito por tu capacidad para ilustrar con palabras historias que todos los dominicanos hemos vivido, que tienen que ver con nuestra cultura, creencias y tradiciones.Es la historia del impacto del cafè en la cultura nacional. Impactante. Fuera de serie.
ResponderEliminarRafael Pineda.
Montevideo.
Rafaél, mi grato amigo. Es un placer saludarte.
ResponderEliminarWilson me encanto este relato, ademas el titulo es cautivo, por eso lo lei completo y realmente fue un deleite. Te felicito por el extraño poder del cafe, que tomaste.
ResponderEliminarHermoso relato mi querido Prf.
ResponderEliminarYa se q cuando lo invite a tomar un café le guardare su vasito plástico.