Iba camino de los cien pero no llegó. Ernesto Sábato se quedó en los 99. En Argentina muchos pensaban que era inmortalm uno tras otro su cumpleaños se celebraba como si fuera infinito. En su casona de Santos Lugares, en las afueras de Buenos Aires, desfilaban políticos, intelectuales y amigos para darle un abrazo que siempre parecía el último. Pero el escritor, con aspecto de moribundo desde hace una década, aguantaba otros doce meses más y otros y así hasta hoy que se despidió de verdad. Lo hizo como era él, en serio, con la tristeza que llevaba impresa en su rostro antes de nacer pero con motivos sobrados para haber podido reír, al menos, un poco más.
El último gran escritor de la generación de Borges y Bioy Casaresestaba retirado de la literatura y de los actos públicos. Una de las últimas ocasiones grandiosas a las que logró acudir fue al Congreso de la Lengua de Rosario (2004), al que asistieron los Reyes y donde se le rindió un cálido homenaje. José Saramago lo calificó entonces de «autor trágico y al mismo tiempo eminentemente lúcido». Sábato lloró. No pudo pronunciar palabra. Después, sus apariciones fueron breves y contadas con los dedos de una mano.
Cruzó las barreras del mundo
A pesar de su esfuerzo literario, Ernesto Sábato cruzó las barreras del mundo por su participación en el informe de la Conadep (Comisión para la Desaparición de Personas). De su puño y letra es el prólogo de «Nunca Más» donde se recogen más de quince mil casos de desaparecidos durante la dictadura militar (1976-83). En esas palabras algunos quisieron ver su profundo arrepentimiento y pesar por haber adulado públicamente al dictador Videla: «Un hombre culto, modesto e inteligente», dijo después de almorzar con él. En realidad, nada muy diferente de lo que había dicho Borges y buena parte de los intelectuales argentinos al principio del régimen militar.
Gris, oscuro, ausente de luz como la casa en la que vivió con la sufrida Matilde Kunsminsky
Entre tinieblas
Sábato asumió la imagen de alguien que de forma permanente se encuentra entre tinieblas. Gris, oscuro, ausente de luz como la casa en la que vivió con la sufrida Matilde Kunsminsky y a la muerte de ésta con Elvira González Fraga, secretaria antes que esposa. Pirómano autodestructivo la mayor parte de su obra fue pasto de las llamas y la última mencionada se salvó de milagro, gracias a los reflejos de su primera mujer. A Matilde, idolatrada en vida, la trajo a mal traer con sus entradas y salidas de la mano de otras. Adolfo Bioy Casares lo sabía muy bien. Él fue la causa de que la mujer un buen día hiciera la maleta y con ella en la mano, a mitad de la escalera de Santos Lugares, se arrepintiera de abandonarle ante sus súplicas. Ernesto Sábato y Bioy jamás volvieron a hablarse. En realidad nunca habían sido amigos y tampoco de Borges. Ambos se burlaban de él a sus espaldas.
Apadrinado por Victoria Ocampo, Ernesto Sábato se sumó a la lista de talentos descubiertos, protegidos y nutridos por la mujer que de haber nacido en Italia hubiera merecido apellidarse Medicci. Depresivo. La historia de Sábato recordada por Sábato parecía un drama en blanco y negro pero el argumento real, visto desde fuera, y recopilando muchas escenas, estaba trufado de una amplia gama de colores.
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