domingo, 10 de octubre de 2010

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Yo también estoy de fiesta

Por: Eli Heiliger
El autor es periodista

Conservo los recuerdos de aquellos convulsos años de la década del 1970 cuando la muchachada del barrio Villa Francisca se pasaba de manos en manos libros sobre diversos tópicos, en especial literatura, que por motivo del izquierdismo que caracterizaba la época, Mario Vargas Llosa se nos vedaba.

La razón era obvia, pues lo que facilitaban los libros, decían “claro y pelao” que era “era un escritor reaccionario”, que despotricó contra la revolución cubana, entonces era una especie de altar político. Similar idea se tenía de Jorge Luis Borges.

Aunque no era ajeno a esas ideas que nos hacían ver el mundo en “blanco y negro”, nunca me tragué esa guayaba. Siempre creía que Vargas Llosa era un buen escritor de lectura obligada para todo amante de la literatura.

Ese muro que nos separaba de Vargas Llosa y Borges se deshizo cuando en una librería ambulante en la Avenida Duarte me encontré con el libro “Obra poética” (poesía completa) de Juan Luis Borges, en su novena edición de 1972, de la editorial EMECE. De ahí para acá no he podido separarme del ilustre argentino a pesar de que muchos amigos siguen tildándolo de reaccionario.

Me topé con Vargas Llosa a mediados de la década del 1970 cuando ingresé a la Universidad Autónoma de Santo Domingo y un fin de semana solicité prestado en la entonces Biblioteca Central, La casa verde, desde entonces he leído la mayor parte de la producción del hoy Premio Nobel de Literatura.

A La casa verde siguieron La Ciudad y los perros, Los cachorros y otras que de vez en cuando releo antes de que Morfeo se apodere de mis últimas fuerzas del día, como recomendaba el sabio Alberto Malagón en la Escuela de Periodismo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, para una positiva “desintoxicación” de la prosa periodística.

Aunque no comparto la totalidad de su cosmovisión sobre todo el devenir político de América Latina, es un excelente escritor, con una gran formación humanística y conocedor profundo de la lengua, un sublime narrador.

Vargas Llosa ha estado ligado al país. Vino a realizar varios reportajes para la televisión francesa en la década del 1970 y luego rodó Pantaleón y las visitadoras, más tarde publicó La fiesta del chivo, de la cual se hizo un filme, parte del cual se rodó también aquí.

Yo también estoy de fiesta con el galardón que acaba de otorgar la Academia Sueca, por cierto uno de los Premio Nobel de Literatura que menos rechazo ha suscitado y que, sobre todo, enaltece la lengua de Cervantes.

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