miércoles, 5 de mayo de 2010

Hay que variar

Romper la monotonía

Nuestra convivencia está íntimamente ligada a unas personas. Nuestros días iguales, normalmente están vinculados a personas iguales, aunque eso no impide que hagan acto de presencia otras personas, pero siempre en un lugar secundario. Sin embargo, hay momentos en que esa secuencia de días y personas iguales se rompe: aparece lo nuevo, lo extraordinario, tenemos la sensación de que algo especial está pasando en nuestra vida. Esto puede ocurrir a raíz de un viaje, unas fiestas o un encuentro especial

La monotonía, independiente de nuestro grado de aguante para tolerarla, hay que romperla. Es bueno para nuestra alegría vital respirar aire nuevo, descubrir nuevos paisajes y, a la vez, olvidar un poco lo que se ha podido volver aburrido, por sernos tan habitual. Y es bueno, decíamos, porque las cosas terminan pesando en el alma, van dejando un pozo en nosotros que nos impide descubrir la realidad con sus colores y con sus luces.

Por eso son necesarias las fiestas y las vacaciones. Son necesarias porque terminamos siempre con ganas de volver a la normalidad, porque se nos presenta ya nueva, limpia de la monotonía, del aburrimiento. Hay ocasiones que no son posibles las vacaciones o las fiestas no llegan, y, sin embargo, notamos quizá de una forma desmesurada el cansancio de los días iguales. En estos casos, dentro de los márgenes de libertad de que disponemos, aún es posible diseñar pequeñas estrategias para darle a la unidad día un toque de originalidad, de peculiaridad, que nos ayude a superar ese cansancio vital, fruto de las jornadas laborales iguales.

Es cuestión de imaginación y de no empeñarse en adoptar una actitud fatalista ante la vida (que tantos partidarios tiene). A veces, salir de la marcha de los días iguales puede suponer esfuerzo, pequeñas molestias, correr pequeños riesgos, y esto puede retraer a algunas personas a tomar decisiones que le saquen de su mundo circundante, pero estos pequeños inconvenientes, si la elección es acertada, compensan a la larga, la alegría vital se ensancha, se hacen presentes nuevos horizontes alegrando la vida.

La comodidad es una mala aliada de la vida, porque termina reduciendo horizontes y empobreciendo la propia existencia. En ocasiones extremas, el precio de la comodidad es no hacer nada: esta actitud es más propia de las personas mayores, pero en mayor o menor escala se da en todo tipo de personas. Hay que buscarle a la vida constantemente luces y colores nuevos. Sin que esto suponga quitar los pies del suelo y pedirle a la vida una cosa distinta de lo que es. Pero fuera idealismos, hay que poner un esfuerzo para que el cansancio, la monotonía y el aburrimiento no hagan presa en nosotros.

Hay personas que por temperamento, saben darle al día esa chispa, ese toque de novedad que disipa esos nubarrones negros propios de la monotonía. En cambio, hay personas menos imaginativas que sucumben más fácilmente en el cansancio de los días iguales, sin saber cómo salir de ellos. El conocimiento de personas nuevas también es un elemento enriquecedor de nuestra existencia. Con ellas nuestro horizonte existencial se amplía. Nuevas vivencias y nuevos conocimientos entran a formar parte de nuestro patrimonio personal.

Y existe la posibilidad de que algunas de estas personas, con el tiempo, entren a formar parte de nuestro círculo de amistades. Son personas que conocemos a consecuencia de esas situaciones nuevas a las que voluntariamente nos hemos adscrito. Sin embargo, quien permanece recluido en casa es imposible que tenga la oportunidad de conocer a nadie: su mundo se empequeñece y todos los días terminan teniendo el cansancio del tedio.


Por: www.edufam.com
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