lunes, 23 de noviembre de 2009

Mi padre era Pablo Escobar

Tras 16 años en el anonimato, el hijo del narcotraficante colombiano Pablo Escobar se reúne con los familiares de las víctimas que asesinó el cruel líder del cartel de Medellín

POR: VERÓNICA CALDERÓN

El colombiano Sebastián Marroquín, arquitecto de 32 años, se llamó Juan Pablo hasta los 16. Se cambió el nombre cuando llegó a Buenos Aires, en diciembre de 1994, en un viaje sin billete de vuelta. Su apellido era la razón. Sebastián es el hijo de uno de los narcotraficantes más temidos de América Latina, Pablo Escobar Gaviria. Su padre había muerto abatido en una azotea en Medellín el 2 de diciembre de 1993. Sebastián huyó del país con su madre y su hermana menor. Los tres cambiaron sus nombres para proteger su identidad, explica. La carga de conciencia por unos crímenes que no cometió motivaron que, después de 16 años, dejara el anonimato. Sólo para pedir perdón.

"No fue fácil sentarse con una persona que es el hijo del asesino de nuestros padres", dice Rodrigo Lara Restrepo

"Era un buen padre. Me enseñó a andar en bici, veíamos Topo Gigio y jugábamos a fútbol", recuerda Marroquín

"A los siete años, mi vida era la de un delincuente", recuerda Marroquín en entrevista con este periódico. "Vivíamos como fugitivos. Nos llegó a ocurrir que estábamos escondidos con él, rodeados de millones de dólares y muriéndonos de hambre", afirma. Desde su exilio asumió que su deber no era seguir los pasos de su padre. "Aprendí que debo hacer exactamente lo opuesto a él. Yo sí quiero vivir".

En los años ochenta, Pablo Escobar Gaviria fue el líder del cartel de Medellín.

"Nunca recuerdo haberlo visto con miedo", recuerda Marroquín. Su padre llegó a controlar el 80% del tráfico mundial de cocaína y sus actos detonaron los años sangrientos del narcoterrorismo, que sumieron a Colombia en una espiral de violencia, muerte y dolor. Sus crímenes suman miles de asesinatos, atentados con coche bomba, la explosión de un avión de pasajeros, la formación de grupos de sicarios formados por niños de 11 años. Una macabra herencia que obligó a su familia "a pagar su condena en nuestras vidas" y que motivó a su hijo a pedir perdón.

Por ello accedió a la petición de Nicolás Entel, un realizador argentino de 34 años, empeñado en filmar la vida de Pablo Escobar desde una perspectiva distinta. "No quería hacer una película de gánsteres. Quería mostrar los efectos que dejaron sus actos en sus hijos y en los hijos de sus víctimas", explica Entel. Le llevó seis meses convencer a Marroquín para que participara en el proyecto. El resultado final, el documental Pecados de mi padre, costó cinco años y los ahorros de Entel, unos 750.000 dólares. La cinta fue estrenada la semana pasada en el Festival de Cine de Mar del Plata (Argentina). Marroquín no puso un centavo, pero el coste emocional fue colosal. Debía volver la vista al pasado del que llevaba huyendo más de 16 años. Y no sólo eso. También sentarse al lado de los hijos del ex ministro de Justicia colombiano, Rodrigo Lara Bonilla, y del ex candidato presidencial Luis Carlos Galán.

Entel dio el primer paso. Se acercó a Rodrigo Lara Restrepo y a Carlos, Juan Manuel y Claudio Galán para explicarles que hacía un documental sobre los hijos de las víctimas de la narcoguerra en Colombia. No fue sino hasta unos meses después que reveló la meta real del proyecto. "El primer acercamiento fue hace tres años y medio", recuerda Lara. "Me pareció interesante que lo abordara desde el punto de vista de los hijos de las víctimas y del victimario. Muchos proyectos han sido hasta ahora muy amarillistas". Compartir mesa con el hijo de Pablo Escobar, sin embargo, no fue fácil. "Mostramos reticencia al inicio".

Para romper el hielo, el primer paso fue una carta. "Nunca tuve tanto miedo como hoy [...] ¿Cómo le escribes a una familia a la que tu padre le causó tanto daño?", escribe Marroquín. Pese a que los hijos de los asesinados recibieron con recelo el acercamiento, finalmente decidieron reunirse con el hijo del responsable de su tragedia. Pablo Escobar ordenó matar a Lara Bonilla en 1984 y a Luis Carlos Galán en 1989. Todos eran niños cuando los crímenes. Lara Restrepo y Marroquín sólo se llevan un año. "No fue fácil sentarse con una persona que, aunque es inocente, es el hijo del asesino de nuestros padres", explica Rodrigo Lara Restrepo. "Vimos que era una víctima más de su padre, por cargar con la culpa y la estigmatización

. No quiere decir que olvidemos las miles y miles de muertes que causó el cartel de Medellín, pero es un paso hacia la reconciliación". El hijo del malogrado ex ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla hoy es senador por el partido Cambio Radical (centro-derecha). "La reunión con Sebastián es un paso importante, pero no es el final hacia la paz definitiva en Colombia".

Escobar no actuaba solo. Nicolás Entel comenta que, aun después del asesinato de Rodrigo Lara Bonilla en 1984, varios políticos colombianos "lo buscaban para que financiara sus campañas" y algunos Gobiernos latinoamericanos le concedieron refugio. El senador Lara coincide. "[Escobar] tuvo muchos cómplices. Varios siguen libres y sus crímenes, impunes. Falta mucho para decir que se ha alcanzado la justicia en mi país. Pese a que han pasado tantos años, el asunto no está zanjado".

Para la familia del narcotraficante no ha sido fácil vivir bajo su sombra. "Hemos sufrido la condena de mi padre en vida", insiste. El exilio que les llevó a peregrinar por decenas de países para finalmente establecerse en Argentina. Su hermana menor, Manuela, fue expulsada de varios colegios después de que los padres de sus compañeros se enteraran de su verdadera identidad. Su madre fue acusada en 1996 de lavado de dinero por dos millones de dólares. Pasó año y medio en la cárcel y finalmente fue exonerada por la Justicia argentina. La familia vive con austeridad en Buenos Aires. Marroquín comparte un piso de unos 60 metros con su esposa en contraste con la monumental fortuna de su padre, calculada en su momento entre cinco y diez mil millones de dólares. El Gobierno colombiano confiscó más de 240 propiedades del capo, incluyendo una hacienda de unas 2.800 hectáreas con su propio aeropuerto y zoológico. Marroquín reconoció que, en 2006, mafiosos colombianos obligaron a la familia a pagarles una cantidad no especificada de dinero para que los dejaran en paz.

El agente de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) Joe Toft comenta que, "probablemente, Escobar perdió del 80% al 90% de su fortuna", pero sospecha que el narcotraficante guardó bienes en Europa y en otros países de América Latina que no fueron hallados. Marroquín niega rotundamente las acusaciones. "Mi padre no hablaba de lo que hacía en su casa. Se preocupaba por nosotros y tenía muy claro lo que era su familia y lo que nos podía poner en riesgo", asegura. Un artículo publicado en diciembre de 1993, días antes de la muerte de Pablo Escobar, afirma que su familia había salido de Colombia con sólo 6.000 dólares. El propio Escobar, dos días antes de morir, pidió clemencia para su familia. En una llamada telefónica con una radio colombiana, recordó que "nunca se tildó de criminales a los familiares inocentes". Las autoridades colombianas consiguieron dar con su refugio precisamente por una llamada con su hijo.

¿Era un buen padre? "¡Claro!", exclama Marroquín. Su voz refleja un orgullo inédito hasta ahora en la conversación. "Tengo los mejores recuerdos. Me enseñó a andar en bici, veíamos a Topo Gigio, jugábamos al fútbol", relata. El capo se refería a su hija pequeña como "mi pequeña bailarina sin dientes". El director de Pecados de mi padre subraya "lo impresionante que es verlo [a Sebastián] hablando de su padre". Más impresionante todavía, porque "entiende que el mismo padre que le leía los cuentos fue el responsable de la muerte de miles de personas. Sebastián ha pasado toda su vida huyendo por esto, por eso es muy fuerte verlo regresar al pasado". Sebastián no esconde en la cinta la distinción. Escobar, el padre, es "mi papá". Escobar, el narcotraficante, sólo aparece por su apellido.

La reunión con los hijos de Lara y Galán sirvió para que, después de 15 años de vivir en el extranjero, Marroquín volviera a su natal Medellín. Visitó la tumba de su padre. Paseó, no sin miedo, por sus calles. Teme que todavía algunos enemigos de su padre decidan cobrar venganza. "Una razón poderosa para pedir perdón fue por los hijos que todavía no tengo. No quiero que se les acuse por lo que hizo su abuelo sólo porque llevan su ADN", afirma.

La reunión con las familias de Lara y Galán ha sido "vital", comenta, y el resultado, "una liberación". "Yo no soy culpable de lo que ha ocurrido, pero debía hacer algo. Tenía la convicción de que podía alcanzar la paz". Piensa incluso que su padre habría estado de acuerdo. "Creo que, donde quiera que esté, se arrepiente de lo que ha hecho".

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