miércoles, 21 de octubre de 2009

La pobreza del Suroeste Dominicano

Monte Grande, en Barahona, sólo es una muestra

Jhonatan Liriano - listin.com.do

LA COMUNIDAD RURAL SOBREVIVE EN MEDIO DE UNA PRECARIA Y DEFICIENTE AGRICULTURA


Santo Domingo.- Monte Grande tiene el color de la tierra seca. Sus casas son trozos de madera techados con yagua o cana. Algunos hogares consiguieron cubrirse con hojas de zinc. Pero todos los habitantes obligatoriamente tienen que amasar lodo cuando llega la lluvia, porque casi 200 años de existencia no han sido suficientes para que en esta pobre y rural comunidad del Suroeste las autoridades construyan calles de asfalto. Ni siquiera el caliche se ha dejado ver por estas latitudes.

Para llegar aquí es necesario recorrer 11 kilómetros de paisaje agreste y accidentado, partiendo de la carretera Azua-Barahona. A falta de rutas de transporte colectivo, la unión del cactus y la bayahonda se convierte en la única compañía constante.

(Estos pies pertenecen a niños que no saben de parques ni de salas infantiles. Las calles polvorientas de Monte Grande se convierten diariamente en su zona de juegos).

La vista se va llenando de soledad y desierto hasta acercarse a los sembradíos de plátano, yuca, ají y batata que indican la entrada a la sección de la provincia Barahona. Decenas de cocotales salpican los conucos y crean la imagen de un pequeño oasis en medio del Sur Profundo.

Generaciones

“Mi mamá nació y se crió aquí. Mis once hermanos y yo crecimos en este campo”, dice calmadamente Santos Torres, quien después sigue compartiendo con los asistentes al velatorio de su madre, Antonia Torres, fallecida la semana pasada a la edad de 97 años. La Hora Santa dedicada al espíritu de quien fuera la mujer más vieja de la comunidad es el evento de mayor trascendencia del día y posiblemente del mes. Las actividades comerciales –desarrolladas en cuatro ventorrillos y un bar– fueron paralizadas temporalmente. En medio de la calle principal un grupo de jóvenes juega a la pelota sin pelota. Batean una pequeña lata de salsa y tratan de pegar poderosos jonrones, como en los partidos de Grandes Ligas.

No ven mucha televisión porque “casi nunca hay luz”. Y no tienen acceso a internet, ni a bibliotecas, ni a parques, ni a espacios culturales, ni a fuentes de empleo, ni a conferencias magistrales, ni a premios de la juventud, ni a programas gubernamentales de capacitación.

Las palabras progreso y desarrollo sólo recorren Monte Grande en tiempos de campaña política. Los niños descalzos también juegan, correteando y levantando polvo debajo del sol de las 11:00 de la mañana. Disfrutan cada minuto porque al mediodía deben vestirse para entrar a la escuela, que tiene dos aulas y está hecha de madera y zinc.

Olvido

“Los políticos sólo vienen a buscar los votos, a enlazar los pavos para la Nochebuena.

Nosotros nada más valemos lo que vale un voto”, dice el agricultor Ángel Pérez, nacido hace 54 años en este mismo pedazo de tierra.

Como los primeros pueblos de la historia, Pérez se instaló cerca de un río –el Yaque del Sur– y aprovechó sus caudales para hacer parir la tierra. Al principio los habitantes sólo producían los alimentos de subsistencia, pero con el pasar del tiempo la agricultura comenzó a reportarles beneficios económicos.

Estas ganancias, sin embargo, son tan pírricas que la mayoría de los hogares no ha conseguido cambiar sus letrinas por inodoros, ni sus pisos de tierra por cemento. “Aquí se vive de agricultura y crianza. Nosotros producimos lo que comemos y la otra parte la vendemos en el pueblo o en la capital”, asegura el pequeño productor Zoilo José Florián.

De inmediato agrega que los campesinos llevan el agua a los conucos valiéndose de un sistema de riego que funciona con la energía de dos paneles solares donados por una entidad de cooperación evangélica.

Desde la primera hora del día los padres de familia andan con el machete al cinto, procurando que sus sembradíos cuenten con las mejores condiciones ambientales.

La cosecha es finalmente transportada en camiones de alquiler. La pobreza material arropa completamente el panorama.

Se huele en los anafes encendidos con leña y se toca en el barro sin procesar utilizado en el empañete de algunas viviendas.

Cuando alguien se enferma tiene que recurrir a la creatividad para llegar a uno de los centros de salud de los pueblos de Azua o Barahona, porque por estos lugares los dominicanos y las dominicanas ni siquiera tienen acceso a un botiquín público.

En medio de este panorama, los habitantes de Monte Grande se aferran a una esperanza. Si el proyecto de Central Hidroeléctrica del que oyen hablar hace más de cuarenta años llega a materializarse, todas las familias serán reubicadas en tierras con mejores condiciones.

También serán beneficiadas con proyectos habitacionales y otras asistencias gubernamentales.

En la construcción de la presa, arropada por un escándalo de sobrevaluación, descansa el futuro de una comunidad que sobrevive en las profundidades del Sur. “Desde que yo era un muchachito oigo mentar esa presa.

Ojalá que ahora la hagan de verdad”, dice Florián, mientras sacude el polvo color ceniza que entró a sus zapatos. “Hace mucho que no llueve”.

LA REGIÓN SUR NECESITA CONOCER EL DESARROLLO

“Muchas de las comunidades del Sur se encuentran dentro de las zonas donde los recursos para la producción de alimentos son eminentemente pobres y escasos. Por sus condiciones de clima y suelo, la región está considerada como la más pobre del país, explica la fundación Sur Futuro. La agricultura es la principal actividad económica de los sureños.

Pero no puede mejorar su productividad por las condiciones climatológicas y geográficas de la zona.

La mayoría de las ciudades presentan deficiencias de infraestructura vial y vicios en la planificación urbana. En la provincia Barahona, donde se ubica Monte Grande, hay 201,453 habitantes, de acuerdo a las proyecciones derivadas del Censo Nacional de Población y Vivienda del 2002. La Oficina Nacional de Estadística (ONE) afirma que el 13.45% de los hogares de esta provincia se encuentra en estado de hacinamiento extremo, esto es, más de 4 personas ocupan un mismo dormitorio. La tasa de desempleo va del 17 al 32%, lo que refleja las pocas oportunidades que se presentan a las nuevas generaciones. Cientos de barahoneros residentes en comunidades rurales tienen que trasladarse a la ciudad en busca de servicio médico.

El acceso al agua potable y a la energía eléctrica también es deficiente. El turismo ha venido a mejorar las condiciones de vida de quienes residen en las cercanías del mar, pero es insuficiente para que las poblaciones más apartadas aprovechen los beneficios de las visitas de placer. La ONE explica que las condiciones socioeconómicas del lugar hacen que gran parte de la población emigre buscando oportunidades de alimentación, salud y vivienda. Entre esos emigrantes se encuentran las familias que decidieron dejar Monte Grande para mudarse a Santo Domingo.

Se fueron los que se cansaron de esperar la construcción de la presa que canalizará los caudales del Yaque del Sur; los que no creen en las promesas de reubicación del Gobierno ni en el futuro de las áridas tierras del Sur.

Aquí quedan doscientas familias de dominicanos y dominicanas que sí creen en la obra. Y esperan con paciencia el día de su construcción.

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