Cuando los hombres son malos padres
En su rol de padres, algunos hombres sienten desconcierto, aburrimiento e
indiferencia hacia sus hijos. Les cuesta dedicarles tiempo y no
obtienen ninguna satisfacción. Una nueva corriente en EEUU insta a los
progenitores a romper "la conspiración de silencio y hablar de los
momentos oscuros de la paternidad".
Por MARÍA CORISCO
Barack Obama creció sin padre. El suyo fue uno de
tantos que se fue a comprar tabaco –en su caso, la excusa fue una beca
para estudiar en Harvard– y ya no volvió. El fantasma del "Viejo
Hombre", como se refiere a él en su autobiografía, le ha acompañado
desde entonces, y por ello se propuso con determinación lo que tantos
otros hijos de progenitores ausentes, descastados o indiferentes: ser un
buen padre.
Pero las cosas no siempre son fáciles... "Sé que no he sido un padre
perfecto. Sé que he cometido errores. He perdido la cuenta de todas las
veces que el trabajo me ha obligado a abandonar mis deberes como padre.
Sé que me he perdido momentos de la vida de mis hijas que jamás
recuperaré".
Al igual que él, muchos otros hombres se debaten entre la realidad y
el deseo. El deseo de estar a la altura como padres, y la realidad de
que la paternidad no es una experiencia tan devastadoramente feliz como
imaginaron. "La paternidad puede ser desmoralizante. Normalmente, acabo
el día agotado, ahogado en la autocompasión". Lo dice Michael Lewis,
autor de 'Home Game: An Accidental Guide to Fatherhood' (partido en
casa, una guía fortuita para la paternidad), publicado el mes pasado en
EEUU, y uno de los artífices del pseudomovimiento en pro de la redención
de los malos padres.
Lewis se ha propuesto combatir la que él denomina "una gran
conspiración de silencio": la de todos aquellos hombres que no se
atreven a confesar públicamente "las miserias de la paternidad". Padres
jóvenes que intentan cumplir con su rol, que se muestran involucrados,
enrollados, modernos y sensibles, pero que, en su fuero interno, se
sienten hastiados de sus hijos y de las obligaciones que acarrean.
"Esperaba estar lleno de alegría, pero a menudo sólo me sentía
desconcertado; esperaba estar preocupado, pero a menudo sólo sentía
indiferencia; esperaba sentirme fascinado pero, en realidad, me sentía
aburrido", confiesa. No es el único mea culpa. En las últimas semanas
han salido otros libros que bucean en los sentimientos contradictorios
de los padres de hoy.
PATERNIDAD ADQUIRIDA. Entre ellos, el de Ben George,
editor del periódico literario 'Ecotone', quien coincide con Lewis en
que "ya ha llegado el momento de que los padres encuentren el coraje
para ponerse en pie y hablar con honestidad sobre los momentos oscuros
de la paternidad". George acaba de publicar 'The Book of Dads' (el libro
de los papás), en el que una veintena de padres ventila sus
tribulaciones. Y, desde su punto de vista, una cosa parece clara: para
la mujer, la maternidad es diferente. "El amor maternal puede ser
instintivo; el amor paternal, en cambio, es una conducta adquirida",
asegura Lewis.
Ése es su punto de partida: lo que para una madre es puro instinto,
para un padre es un aprendizaje. Pero, ¿es esto realmente así? ¿Existe
un instinto exclusivamente maternal del cual estarían privados los
varones? Parece que en este terreno vamos a encontrar problemas. Sobre
todo si recordamos a Elizabeth Badinter, quien en su célebre '¿Existe el
instinto maternal?' (1980), todo un hito para los postulados
feministas, defendía la idea de que ni natural, ni instintivo: el amor
maternal, tan mitificado, no sería sino una estratagema patriarcal para
que fueran las mujeres quienes se ocuparan del cuidado de los niños.
En la última década, han proliferado las investigaciones que
pretenden demostrar la existencia de este instinto. Natalia López
Moratalla, catedrática de Bioquímica en la Universidad de Navarra que ha
dirigido una revisión sobre los últimos descubrimientos en torno a los
momentos decisivos en el cerebro de la mujer embarazada, explica que
"los cambios durante la gestación permiten que la mujer libere la
hormona de la confianza [la oxitocina] y desactive la del estrés
[cortisol]".
La gran y continua liberación de oxitocina durante el embarazo
facilitará la activación de las zonas del cerebro social. "Como la
oxitocina es la hormona que da confianza, apego y acercamiento", señala
López Moratalla, "al desarrollar esas áreas, la mujer va creando un
vínculo afectivo con el niño. Aunque, tras el parto, la mujer vuelva a
la normalidad hormonal, lo que esas hormonas han provocado en el cerebro
se queda ahí para siempre".
Estaríamos ante los fundamentos biológicos del instinto maternal.
Pero, ¿y los varones? Recientes estudios sugieren que el hombre que
convive con una mujer gestante también experimenta cambios hormonales: a
medida que progresa el embarazo, suben sus niveles de oxitocina y
prolactina, y disminuyen los de testosterona. Sea o no sea el padre.
Aun cuando desconfía de los estudios e investigaciones que hablan de
cambios hormonales en el varón que va a ser padre –"el 90% de lo que se
publica después no se demuestra", asegura–, el antropólogo Ambrosio
García Leal sí cree que hay un sustrato biológico en el instinto
paternal: "Los humanos somos monógamos por naturaleza, y los machos
monógamos tienen instinto paternal, igual que las hembras tienen
instinto maternal: ambos miembros colaboran en la crianza, aunque el
reparto de funciones no sea simétrico y las mujeres se encarguen más de
los hijos cuando son pequeños, y los padres lo hagan más adelante,
cuando ya son capaces de hablar y tienen cosas que contarles".
Habla García Leal de la mujer como cuidadora y el varón como
proveedor, y así se ven a sí mismos muchos padres. Es el caso del actor
de telenovelas Jorge Salinas, quien en declaraciones a Agencia México se
reconoce "un padre ausente, no he sido un buen padre. Me la he pasado
trabajando y proveyendo cosas y obligaciones que uno debe cumplir. Soy
buen padre, pero como proveedor". Y el actor y humorista Josema Yuste
admitía en una entrevista que adora a sus hijos "y daría la vida por
ellos, pero reconozco que no soy un padre ejemplar. Me cuesta estar
pendiente de ellos las 24 horas, me canso".
PADRES IMPENETRABLES. Para Ángel Peralbo, psicólogo y
terapeuta de familia, "la influencia biológica parece que no es
relevante. Pero el padre sí es relevante en el cuidado del hijo, y ahí
entraría el concepto social: antaño, el padre hacía de cuidador externo,
no emocional ni afectivo, y era su rol; actualmente, el rol que cumple
es mucho más próximo, lo que facilita que se desarrolle su instinto". Lo
facilita… o no. Ben George, el autor de 'The Book of Dads', se lamenta
de que haya pasado la época en que era aceptable, incluso deseable, que
un padre fuera "enigmático, impenetrable, inaccesible emocionalmente.
Los padres de hoy deben hacer malabarismos entre su masculinidad y su
sensibilidad".
En ese precario equilibrio, a menudo gana la parte más cómoda, el
desapego. Aun cuando, como en este testimonio encontrado en Internet,
luego pese el remordimiento: "Tengo una hija de 11 meses, pero siento
que no soy un buen padre. Lo que pasa es que ya no estoy con su mamá,
nos separamos y me cuesta ir a verla. A veces prefiero hacer otras cosas
que ver a mi hija".
Remordimientos, y muy fuertes, son también los que siente este otro
padre, quien confiesa que, tras haber cuidado de su hijo durante un par
de días, terminó perdiendo la paciencia. "Se cayó y se golpeó la cabeza;
lloró mucho, no le hice caso, dejé que llorara: estaba molesto por su
llanto. ¿Por qué soy así? ¿Por qué no puedo cuidarlo bien? ¿Por qué me
molestan sus lloriqueos, si es mi hijo?".
La culpa. Algo contra lo que han tenido que lidiar tantas madres a lo
largo de tanto tiempo. Del mismo modo que en EEUU cuentan con George,
Lewis y los seguidores de la nueva corriente redentora de los malos
padres, en España tenemos a Lucía Etxebarria, autora de 'El club de las
malas madres' (Ed. Martínez Roca). Y de su pluma descubrimos que las
servidumbres de la paternidad no son tan diferentes de las de la
maternidad: "Elegir tener hijos implica renunciar al tiempo libre, al
espacio propio, a la ropa de marca, al coche impoluto, a los amantes de
una noche, a las resacas monumentales, a los vaqueros ceñidos, a la
peluquería cada viernes, a las noches en blanco. Pero también es cierto
que muchas hemos sopesado la elección y hemos decidido, libremente, que
compensa".
A quien no le debe de compensar tanto, ya que no tiene reparo en
quejarse, es a Steve Doocy, ganador de un Emmy como productor y autor
del libro 'Tales From the Dad Side: Misadventures in Fatherhood'
(cuentos del lado de los papás: desventuras de la paternidad). Él, al
igual que Lewis o George, cree saber por qué las madres se manejan
mejor: "Están programadas para la maternidad. Hay un megacomplejo
industrial de miles de revistas, libros, clases y magazines televisivos
que las instruyen. Y no hay nada para hombres". Suena un pelín a excusa,
pero vale.
PRESIÓN SOCIAL. "Todo instinto necesita de un
contexto para desarrollarse", sentencia García Leal. "Partimos de una
predisposición natural, que podemos inhibir o potenciar". Así pues, ese
instinto paternal podría haberse visto inhibido en otras épocas en las
que no existía una presión social sobre el varón para que se ocupara de
los hijos, y se estaría potenciando ahora.
"Los psicólogos estamos observando una tendencia en los últimos años
del aumento de la sensibilidad de los padres. Ya no son meros
espectadores. No es una cuestión instintiva, sino social, de ir con los
tiempos. Pero no creo que haya presión social. Por mucho que presiones a
un padre alejado, ausente y sin empatía, no conseguirás nada", explica
Ángel Peralbo.
Indiscutiblemente, hay hombres a los que el adjetivo "descastado" les
retrata. Como los que, tras una separación, corren raudos a hacerse la
prueba de paternidad para ver si, con un poco de suerte, no son los
padres biológicos de sus hijos. Se evitan así el pago de la pensión... y
también volver a tener contacto con esos chavales a los que ha criado
como propios durante años. "Como hijo, es preferible un padre ausente,
que no que la persona que hasta ayer te cuidó y te quiso como padre, hoy
renuncie a ti porque antepone el dinero a su amor. Es inmoral y causa
un daño profundo", advierte la psicóloga Pilar Varela.
La escala para medir hasta qué punto uno es buen o mal padre tiene
muchos raseros. El esencial es el que se aplica uno mismo, y parece que
los hombres que –por fin, dirán muchas mujeres– han empezado a sentirse
culpables por no atender a sus hijos van a encontrar un bálsamo en los
libros de testimonios. Si en EEUU funciona, no lo duden: en breve
tendremos aquí a los teóricos de los malos padres, dispuestos a darles
la absolución.
elmundo.es
domingo, 8 de enero de 2012
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