El Presidente Fernández se quedará todo el día con su mamá
En este Día de las Madres, el presidente Leonel Fernández ha dicho que su historia personal está íntimamente ligada a la vida de su madre, doña Yolanda Reyna Romero, quien será homenajeada por el gobernante, su hermano Dalcio, sus nietos y demás familiares.
“El presidente pasará la mayor parte del día de mañana (hoy) en casa de su madre”, informó ayer la oficina de Prensa del Palacio Nacional. Ella escogía sus libros, supervisaba sus tareas y comentaba siempre los artículos de Manuel Tapia Brea, en la revista ¡Ahora!, sobre política internacional.
El autor de este artículo la conoció en Nueva York en 1997. Me encontré con ella en un pasillo del Consulado Dominicano de Times Square, conversando con algunas personas que venían a renovar sus pasaportes. Me la presentó el cónsul Bienvenido Pérez.
Ella dijo su nombre: “Yolanda Reyna”, y me extendió su mano. No caí en la cuenta, y el cónsul Pérez me aclaró: “Es la madre de Leonel”.
Me conmovió su sencillez, y nació en mi un interés por conocerla más, indagar su vida, y saber de su regreso a Nueva York después de tantos años. De grandes madres son los grandes hijos, y Leonel Fernández, a quien conocía desde mucho antes era para mí un hombre que debía tener una dignísima madre.
Supe que doña Yolanda volvía a Nueva York para encontrarse con sus viejas comadres y vecinas en el barrio donde vivió, y para visitar los museos de Washington, que siempre quiso ver pero entonces su salario de factoría apenas le alcanzaba a dar de comer y educar a sus hijos.
Era una mañana ventosa y lluviosa. Quien ha vivido en Mahattan sabe hasta que punto el viento preside la vida de la ciudad. El viento recrudece los fríos terribles del invierno, derriba los árboles y los semáforos; a veces, acelera el paso de los nubarrones o trae los aguaceros del verano y el otoño. Tan excesivo como el viento es la lluvia. El cielo se encapota en segundos, sin previo aviso, y empieza a caer el agua.
Bajo ese viento recio y la lluvia como cubetazos del cielo, se presentó doña Yolanda en el apartamento de su comadre Milita Abreu. Toca la puerta y la mujer se asoma por la mirilla, pero no reconoce a su vieja amiga. Entonces grita: “Quien es”. Y de afuera responden: “Soy yo, Yolanda Reyna”.
Milita no puede creerlo, abre la puerta y se abraza llorando a su vieja comadre.
Las mujeres del edificio de viviendas pública de Broadway y la calle 135 corren a la voz de Milita, muchas no pueden creer que la madre del Presidente de la República Dominicana las visitara de manera tan sencilla. Doña Yolanda les coló ella misma el café, como lo hacía en casa cuando ellas la visitaban hacía veinte años.
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