La literatura que retrata la mentalidad japonesa
FOTO: El escritor japonés Yukio Mishima |
08:00h | David González | aviondepapel.tv
El respeto al jefe, la vergüenza o el suicidio aparecen en las novelas clásicas de escritores japoneses, como Sōseki, Mishima y el más contemporáneo Murakami.
Ante lo desconocido, son inevitables las comparaciones. Para los jóvenes estadounidenses, el libro escolar de cabecera sobre el postmodernismo es El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, así como lo fue El lazarillo de Tormes para los niños españoles. Los japoneses también tienen una novela homóloga que describe aspectos clave de la mentalidad de su país.
El libro, que aborda el respeto a la jerarquía, es la hilarante novela Botchan, de Natsume Sōseki (Tokio, 1867-1916). Botchan es un joven maestro destinado a un pueblo rural, donde choca con la actitud despótica de sus colegas docentes y con las burlas hacia él que le arrojan sus alumnos gamberros, a los que nombra por apodos imposibles.
Es una ficción novelesca en la que Sōseki, a través de Botchan, cuestiona la obediencia a la autoridad, al anciano, al jefe, al maestro. Para los occidentales se trataría de una trivialidad ya superada; pero, para los ciudadanos japoneses, el concepto de “cada uno en su lugar” se configura como premisa vinculada al honor.
Desde niños, los japoneses aprenden el principio de jerarquía al padre, que trasladan a la política (el Estado) o al ámbito económico (la empresa) llegada su edad adulta. Botchan retorció y criticó dicho precepto y se convirtió en un clásico perdurable.
“En una crisis como la del tsunami y la central nuclear de Fukushima, se ve perfectamente cómo esa regla sagrada, la obediencia a sus superiores, se confirma. En la novela, Botchan se burla de dichas convenciones sociales tan codificadas, de ahí su éxito”, explica Enrique Redel, editor de Impedimenta, editorial que publica la novela en España.
Las convenciones sociales
Asimismo, Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima, avanza hacia otro de los epicentros de la cultura japonesa. No es el miedo a la culpa la que la sostiene, sino el temor a la vergüenza. Este libro retrata casi una autobiografía encubierta de su autor, en la que el martirio de las convenciones sociales es el pilar del argumento.
La primera persona del joven atormentado Koo-chan, portador de una máscara moral, nos adentra en el descubrimiento de su homosexualidad. El personaje llega hasta el punto creerse enamorado de la hermana de un amigo para autoengañarse. La máscara es la metáfora.
Su autor, Mishima, se suicidó en 1970 con un sable con el que se atravesó el estómago. Su libro Caballos desbocados, dentro de una trilogía en la que la apología del suicidio es fundamental, profetizó literariamente esa autodestrucción.
Así, mientras que la novela negra estadounidense celebra el crimen como explosión violenta hacia otros, en
Japón, por el contrario, existe cierto culto a los suicidas. Si para los occidentales el asesinato es el argumento, para los japoneses lo es el harakiri, acto de honor que proviene de la época de los samuráis.
Sin embargo, el suicidio moderno en Japón tiene más que ver con el hastío y la decepción, que con la desesperación occidental.
La muerte como elección
Tokio Blues, del escritor y megaseller contemporáneo Haruki Murakami, también nos presenta al estudiante universitario Toru Watanabé, golpeado desde las primeras páginas por el dolor y los interrogantes que surgen cuando su único amigo, Kizuki, culmina su suicidio.
Murakami aporta ese giro contemporáneo. El harakiri era una muestra de valor. El suicidio actual delata un rechazo a la vida y nos presenta la muerte como una elección o vía de escape.
En definitiva, las novelas occidentales, y sus posteriores adaptaciones al cine, presumen un final feliz para los lectores ansiosos de rememorar los cuentos de hadas y princesas. Los japoneses, en cambio, esperan de su literatura que les traslade hacia un clímax trágico, un final que les coloque en un sentimiento de desconsuelo, que culmine en el llanto y un aplauso unánime.
Ante lo desconocido, son inevitables las comparaciones. Para los jóvenes estadounidenses, el libro escolar de cabecera sobre el postmodernismo es El guardián entre el centeno, de J. D. Salinger, así como lo fue El lazarillo de Tormes para los niños españoles. Los japoneses también tienen una novela homóloga que describe aspectos clave de la mentalidad de su país.
El libro, que aborda el respeto a la jerarquía, es la hilarante novela Botchan, de Natsume Sōseki (Tokio, 1867-1916). Botchan es un joven maestro destinado a un pueblo rural, donde choca con la actitud despótica de sus colegas docentes y con las burlas hacia él que le arrojan sus alumnos gamberros, a los que nombra por apodos imposibles.
Desde niños, los japoneses aprenden el principio de jerarquía al padre, que trasladan a la política (el Estado) o al ámbito económico (la empresa) llegada su edad adulta. Botchan retorció y criticó dicho precepto y se convirtió en un clásico perdurable.
“En una crisis como la del tsunami y la central nuclear de Fukushima, se ve perfectamente cómo esa regla sagrada, la obediencia a sus superiores, se confirma. En la novela, Botchan se burla de dichas convenciones sociales tan codificadas, de ahí su éxito”, explica Enrique Redel, editor de Impedimenta, editorial que publica la novela en España.
Las convenciones sociales
Asimismo, Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima, avanza hacia otro de los epicentros de la cultura japonesa. No es el miedo a la culpa la que la sostiene, sino el temor a la vergüenza. Este libro retrata casi una autobiografía encubierta de su autor, en la que el martirio de las convenciones sociales es el pilar del argumento.
La primera persona del joven atormentado Koo-chan, portador de una máscara moral, nos adentra en el descubrimiento de su homosexualidad. El personaje llega hasta el punto creerse enamorado de la hermana de un amigo para autoengañarse. La máscara es la metáfora.
Su autor, Mishima, se suicidó en 1970 con un sable con el que se atravesó el estómago. Su libro Caballos desbocados, dentro de una trilogía en la que la apología del suicidio es fundamental, profetizó literariamente esa autodestrucción.
Así, mientras que la novela negra estadounidense celebra el crimen como explosión violenta hacia otros, en
Japón, por el contrario, existe cierto culto a los suicidas. Si para los occidentales el asesinato es el argumento, para los japoneses lo es el harakiri, acto de honor que proviene de la época de los samuráis.
Sin embargo, el suicidio moderno en Japón tiene más que ver con el hastío y la decepción, que con la desesperación occidental.
La muerte como elección
Tokio Blues, del escritor y megaseller contemporáneo Haruki Murakami, también nos presenta al estudiante universitario Toru Watanabé, golpeado desde las primeras páginas por el dolor y los interrogantes que surgen cuando su único amigo, Kizuki, culmina su suicidio.
Murakami aporta ese giro contemporáneo. El harakiri era una muestra de valor. El suicidio actual delata un rechazo a la vida y nos presenta la muerte como una elección o vía de escape.
En definitiva, las novelas occidentales, y sus posteriores adaptaciones al cine, presumen un final feliz para los lectores ansiosos de rememorar los cuentos de hadas y princesas. Los japoneses, en cambio, esperan de su literatura que les traslade hacia un clímax trágico, un final que les coloque en un sentimiento de desconsuelo, que culmine en el llanto y un aplauso unánime.
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