domingo, 20 de febrero de 2011

Temas Caribeños

Haití, siempre Haití

Por: Marcos Antonio Ramos
El autor ers articulista del Diario Las Americas.com

Ciertos temas prevalecen en el Caribe. Es difícil que transcurra una semana sin alguna noticia relacionada con el actual régimen cubano y las constantes destituciones y nuevos nombramientos en círculos oficiales, así como resalta la muy evidente presencia de la jerarquía católica del país en las noticias. En los últimos meses, la República Dominicana ha sido mencionada frecuentemente en los medios de comunicación, aunque no siempre reflejando la realidad de esa nación. Informaciones tendenciosas deforman la realidad dominicana. Más que otras islas del archipiélago, Haití atrajo los titulares la semana pasada debido al regreso del ex presidente haitiano Jean-Claude Duvalier. Meses atrás, el terremoto y la lamentable crisis causada por el mismo era objeto de atención universal, lo cual es muy comprensible. Pero las noticias no se comprenden, ni siquiera aproximadamente, sin un mínimo de datos históricos.

Pudiera olvidarse que la pequeña nación ha desempeñado un papel importante en acontecimientos que han afectado no sólo la cuenca del Caribe sino el continente. No puede escribirse la historia de la colonización de América sin acudir a la Isla de La Española. En el territorio que ocupan actualmente Haití y la República Dominicana se inició la colonización europea del continente. A principios del 2011 o a fines del pasado año, se cumplieron cinco siglos del inicio de la presencia española en Cuba. Uno de esos acontecimientos fue la fundación de Baracoa, primera capital y sede del primer obispado de la Isla. Con Diego Velázquez empezó a manifestarse la civilización occidental en la mayor de las Antillas. Velázquez llegó a Cuba procedente de Salvatierra de la Sabana (actual Les Cayes), entonces bajo la corona de Castilla.

Casi como en el caso de Santo Domingo, donde nacieron muchos de los forjadores de la nacionalidad cubana o sus antepasados, la historia de Haití ha incidido sobre Cuba y la región. Las revueltas de esclavos en Haití, en la década de 1790 determinaron el rápido crecimiento de la economía y la población en Cuba, país que reemplazaría al Santo Domingo francés (actual Haití) no sólo como principal exportador de azúcar sino como la colonia más rica del planeta. La independencia haitiana, proclamada por Jean-Jacques Dessalines en 1804 convirtió ese país en segunda nación independiente del continente americano. Años después, el presidente haitiano Alexandre Petión fue el principal aliado americano de Simón Bolívar. Haití sería el refugio más frecuente y el gran colaborador de los primeros intentos separatistas de la América del Sur. Paradójicamente, sería el presidente haitiano Jean-Pierre Boyer quien pusiera punto final, a principios de 1822, a la llamada “Independencia Efímera” del Estado Independiente del Haití Español (actual República Dominicana) proclamada por el doctor José Núñez de Cáceres a fines de 1821. Me refiero a la ocupación haitiana (1822-1844), aunque desde los días de la Revolución Francesa haitianos y franceses invadieron el territorio dominicano.

Pero lo que nos ocupa ahora no es necesariamente la presencia, cada día mayor, de inmigrantes haitianos en Santo Domingo o los viejos días de la llegada de trabajadores haitianos a Cuba en el gobierno del presidente Mario García Menocal. Mucho menos la llegada de franceses y haitianos a finales del siglo XVIII e inicios del XIX, o la de dominicanos huyendo, a su vez, de las invasiones francesas y haitianas a Santo Domingo en esos períodos. Ahora se enfrenta la posible desestabilización de la vecina isla ante una serie de acontecimientos que obligan a hablar de Haití, siempre Haití, en las noticias: el terremoto, el fraude electoral, el regreso de Duvalier y el probable retorno del también ex presidente Jean-Bertrand Aristide.

Las condiciones de Haití sólo favorecen la desestabilización, lo cual sería desastroso para Florida. Pero deben evitarse ciertos mitos, en una u otra dirección, que afectan la evaluación de cualquier observador. En algunos países existe un mayor grado de analfabetismo o de superstición que en otros, pero en Haití viven personas educadas y razonables que pueden contribuir, como en el pasado, a mantener a floto la nacionalidad. Para algunos resulta muy fácil señalar únicamente que se trata de un país inviable o de una sociedad fracasada. Aun si existen tales elementos en forma muy marcada, a nadie ayudaría el perpetuar una situación como esa.

También se hace énfasis en las creencias de la población. Algunos hasta han afirmado que en Haití el 90% de la población es católica, pero el 99% practica el vudú. Curiosamente, ambas afirmaciones son falsas. Más del 20% de los haitianos lo integran protestantes y en el alto porcentaje de católicos en el país se encuentran religiosos muy bien formados y devotos, como lo evidencia la adecuada preparación de varios sacerdotes y líderes laicos católicos. Lo que sí es curioso es que varios clérigos haitianos, católicos y protestantes, han militado en la izquierda. La actuación del Padre Jean-Bertrand Aristide como líder de ese sector no es nada nuevo. En los años cuarenta el Partido Comunista era presidido por el reverendo Felix d’Orleans Constant Juste, clérigo episcopal y uno de los principales intelectuales del país.

Muchos tienen una imaginación colosal que les hace ver lo que no existe. Cuando un régimen es derrocado casi todo el mundo sale a la calle a gritar, pero cuando el gobernante derrocado estaba en el ejercicio del poder abundaban sus partidarios aun cuando constituyeran una minoría de la población. En el Haití de los años ochenta, como en la Cuba de los años cincuenta, se demostró una vez más el carácter veleidoso de las multitudes mientras simpatizantes y opositores, según su forma particular de analizar los fenómenos en cuestión, ofrecían apoyos absolutos o evidenciaban rechazos incondicionales. Un lamentable dictador como Duvalier o un demagogo como Aristide tienen muchísimos seguidores en Haití y esto simplemente señala una posible desestabilización en caso del regreso de Aristide. Aun en países tan desarrollados como Estados Unidos hay clientes para todo tipo de agitadores y oportunistas políticos, de derecha e izquierda. La diferencia radica en la mayor solidez de las instituciones. La historia de Haití merece ser estudiada en sus más mínimos detalles para comprender la situación de ese país. Y no todo es culpa del pueblo haitiano, ni siquiera de sus gobernantes. Tampoco será resuelto el problema con la convocatoria a elecciones. El hambre no se alivia con votos.

Por otra parte, es la República Dominicana la que más ha sufrido entre las naciones vecinas. Sería irresponsable pensar que la patria de Duarte puede albergar a millones de haitianos, ofrecerles bienestar social o integrarlos en su sociedad, tan diferente a la haitiana. Santo Domingo tiene tantos problemas internos que resolver como para que se le exija tanto en los medios. Es necesario extender la mano a Haití, pero no a costa de dañar la imagen de un pueblo generoso como el dominicano. Los problemas de Santo Domingo son demasiado complicados para que, a pesar del progreso que se ha alcanzado, se puedan resolver situaciones que ni siquiera naciones desarrolladas han resuelto. Para la República Dominicana, la situación de Haití, y siempre Haití y su noble pueblo, se han convertido en su principal crisis..

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