miércoles, 27 de octubre de 2010

El Comité Político del PLD: Un anacronismo

Por: Luis R. Decamps R.
El autor es abogado y profesor universitario
lrdecampsr@hotmail.com


El Partido de la Liberación Dominicana (PLD) es la única gran organización política del país (y probablemente del resto de nuestra América) que conserva un órgano de membresía estrecha, casi permanente y de mecánica vertical (con vocación centralista y estilo de dirección aristocrática) como supremo conductor de sus tareas cotidianas.

Se trata de una estructura de clara fisonomía cupular e integrada mayoritariamente por políticos de “nariz parada” (absurdo legado “pequeño burgués” de su época de petulancia intelectual post-universitaria) que, al mejor estilo del politburó del Comité Central del viejo Partido Comunista de la Unión Soviética, no sólo dirige al PLD “a control remoto” sino que inclusive, según las malas lenguas, en ocasiones intimida y le hace desplantes hasta al propio presidente de la entidad y de la república.

Estamos hablando, obviamente, del omnipotente, omnisciente y nunca bien alabado Comité Político del PLD, que en esencia es, aunque ya casi nadie lo recuerda, el heredero histórico de la inefable Comisión Permanente del PRD de principios del decenio de los años setenta, es decir, una hechura del profesor Juan Bosch (cuando éste renegaba ideológicamente de la democracia y apostaba por un proyecto histórico popular pero dictatorial) en un tramo particularmente violento y peligroso de la historia dominicana.

El Comité político del PLD es, pues, un mecanismo de dirección prebostal, excluyente y filo-totalitario (sus decisiones cursan de arriba hacia abajo como verdades irrefutables, en línea recta y sin posibilidad real de apelaciones exitosas) que nació en la época en que la actividad partidarista era más cruenta que pacífica (casi con las características de una guerra cotidiana) y que exigía en los partidos anti-sistema niveles de cohesión interna y de “unificación de criterios” que rayaban en el clandestinaje y en el secretismo conventual.

Eran tiempos aquellos -hay que recordarlo- en que estaba de moda entre los partidos democráticos y revolucionarios la tendencia “político-militar” a la adopción de una ideología uniformada que propendía a la promoción de la dureza de carácter en los militantes y a hacer la corte a la concepción leninista que predicaba la sujeción a una disciplina partidaria férrea y sin grietas. Lo otro se consideraba “democratismo burgués”, “debilidad ideológica” o riesgosa “blandenguería populista”.

También eran aquellos -no lo olvidemos- momentos históricos de aristocratismo “revolucionario” (sólo llegaban a los órganos supremos de dirección ciertos elegidos, las más de las veces a resultas de su profuso manejo de las ideas, sus méritos prácticos casi temerarios o, simplemente, porque habían sido “ungidos” por el alto liderato en una especie de “selección natural” que privilegiaba a los más “formados”), y una vez se ascendía a las cumbres de la conducción política interna sólo se descendía renunciando o bajo imputaciones de “alta traición” o “derechización”.

En consecuencia, el políticamente encopetado e infalible Comité Político del PLD es, por así decirlo, un sobreviviente de la racionalidad (ideología, zafarranchos, praxis, escenarios, nudos de controversia y confrontaciones) de la Guerra Fría, y la verdad monda y lironda es que, si lo calibramos a la luz de la lógica y la ética democráticas de hoy, no es más que una ridícula antigualla que los peledeístas modernos deberían esforzase por colocar, más temprano que tarde, en el baúl de los recuerdos (por supuesto, para el autor fuese más fácil: simplemente lo lanzaría al zafacón de la historia).

Ciertamente, en estos momentos es muy difícil encontrar en la actualidad tanto en el país como en el resto del continente (ya denunciada y superada la visión “guardiológica” de dirección política que impusieron a escala planetaria en el siglo XX los comunistas, los fascistas, los ultranacionalistas y los fundamentalistas religiosos) entidades políticas de masas que no hayan evolucionado internamente hacia metodologías de dirección y ejercicio del liderazgo más horizontales y, por ello mismo, más cónsonas con el espíritu libre, plural y participativo de la democracia occidental.

Se puede argüir que organizaciones como el Partido Comunista Cubano (PCC), en América Latina, o el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), en Europa, mantienen vigentes instancias de dirección diaria parecidas al Comité Político del PLD, pero en lo que concierne a esas entidades hay que recordar, primero, que en el ejemplo caribeño se trata de una ficción (la personalidad de Fidel Castro como líder siempre desbordó y esterilizó toda estructura dirigencial) y, segundo, que en la especie del viejo continente la famosa “Ejecutiva” socialista es una instancia que se renueva periódicamente, está a expensas siempre de la crítica abierta de la militancia partidaria y, además, es habitual que las discrepancias entre sus miembros se hagan públicas sin que por ello se produzca una reclamación institucional de “disciplina” o “drásticas sanciones”.

En el caso del PLD, en cambio, se está ante un organismo absolutamente cerrado, de matrícula casi inamovible, con rasgos orgánicos de logia, sujeta a un código de silencio como el de las fraternidades universitarias secretas y que, en lo atinente a sus deliberaciones, habitualmente se parapeta tras una concepción de la disciplina que privilegia el intimismo, el conciliábulo y el disimulo (tan caros al totalitarismo) al tiempo que condena como “pecado capital” toda emisión abierta de ideas o pensamientos. No es, pues, el característico mecanismo dirigente de los partidos democráticos y de masas sino, por el contrario, una de esas instancias, tipo Estado Mayor, propias, como se ha insinuado más arriba, de las organizaciones comunistas, fascistas, ultranacionalistas o fundamentalistas que operan desde las sombras.

La autoridad y el prestigio que aún tiene el Comité Político del PLD no sólo entre sus conmilitones sino también en importantes segmentos de la población dominicana, tan amplios como notorios con todo y su naturaleza antediluviana y su avasallante perfil de “Gran hermano”, es un ejemplo vivo de alienación psico-social: la misma gente que se escandaliza ante las prácticas anti-democráticas en el Estado o en la sociedad civil, calla ante conductas de igual raigambre cuando proceden de aquel supremo y docto órgano del liderazgo peledeísta que el ejercicio prolongado del poder y la impunidad solidaria (como en las sociedades secretas de políticos y empresarios que hacen negocios “no santos”) han terminado convirtiendo, según la opinión de un conocidísimo comentarista de la televisión nacional, en “el grupo económico más poderoso del país” (por oposición a los ricos de apellidos tradicionales: los Viccini, los Corripio, los Bonetti, los Ramos, etcétera).

El todopoderoso e institucionalmente narcisista Comité Político del PLD, compuesto por dos docenas de individuos (incluyendo a los incumbentes de los dos principales poderes del Estado, un ex vicepresidente de la república y tres mujeres), fue el partero de la reciente decisión de esa organización política que, despreciando la opinión de sus bases y haciendo caso omiso a toda consideración democrática, tácitamente puso a recesar a su Comité Central (que se hizo el “harakiri” aplaudiéndose a sí mismo) y prorrogó el mandato de todos sus dirigentes “hasta después de las elecciones del año 2012”.

En otras palabras, un grupito integrado por una veintena de semidioses decidió por más de un millón de personas registradas en el padrón peledeísta (según presunción del 2009) sobre el destino inmediato y mediato de la organización, y sólo un dirigente medio (léase bien: uno solo) se atrevió a protestar. Naturalmente, para entender toda esta lógica interna de sumisión y vasallaje hay que tener en cuenta que el PLD ha gobernado en sus dos períodos y medio (1996-2000, 2004-2008, 2008-2010) con no más de 40 0 50 altos funcionarios que han rotado a lo largo de toda la administración pública: los nombres no han cambiado en diez años de gestión pública.

Aunque la del Comité Político del PLD parece la verdadera “dictadura perfecta” (que no la del PRI mexicano en su época de poder y gloria), por favor que las lisonjas vengan en mandarín…

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