MARX Y BOLÍVAR: NOTAS SOBRE UNA CONTROVERSIA HISTÓRICA
Por Luis R. Decamps R. (*)
Hace ya más de medio siglo que en ciertos círculos intelectuales americanos y europeos se desarrolla, casi “sotto voce” y no sin múltiples escrúpulos de conciencia y sentimientos encontrados, una singular controversia sobre los puntos de vista que sustentaba Carlos Marx acerca de la figura histórica de Simón Bolívar.
(Aunque la polémica en alusión ha sido en los últimos tiempos agitada primordialmente por comunicadores vinculados a los grupos que hacen oposición en todo el continente al presidente Hugo Chávez -quienes cuestionan e intentan escarnecer la simbiosis de marxismo y bolivarismo que éste postula-, la misma no deja de ser asaz interesante a la luz de los sinuosos recovecos de la historia y el pensamiento político latinoamericanos).
Como se sabe, las ojerizas frente a Marx desde este lado del mundo tienen un precedente bastante particular entre los estudiosos del tema: el curioso testimonio que da cuenta de que al formidable filósofo y economista judío-alemán (bajo cuyo signo ideológico se formaron repetidas generaciones de revolucionarios en el planeta) la sola mención del continente americano alegadamente “le provocaba grandes bostezos”.
Por supuesto, más allá de la “cuerda” que pudiere causar entre los americanos esa urticante actitud del fundador de la en su momento llamada “ideología de los trabajadores”, de entrada hay que hacer constar una atenuante: las reflexiones y la praxis del extraordinario pensador y político socialista del siglo XIX giraban medularmente alrededor de las realidades del viejo continente, y las muy contadas veces que las desvió hacia las de otras latitudes del mundo su reconocida lucidez terminó empalideciendo.
En lo que atañe al continente americano, en particular, es necesario convenir en que los criterios de Marx no sólo reflejaron casi siempre un gran desconocimiento de la realidad (tanto por su visión “eurocéntrica” del mundo como por insuficiencia de información) sino que muchas veces devinieron francamente petulantes y prejuiciados: son proverbiales, a este respecto, sus increíbles consideraciones sobre la posibilidad de que el socialismo pudiere establecerse, en un tiempo no muy lejano y por la vía pacífica, nada más y nada menos que ¡en los Estados Unidos de América!, el único lugar del Nuevo Mundo que le llamaba la atención de cuando en vez.
Naturalmente, valga la insistencia, las más ofensivas de las opiniones de Marx que se relacionaron con nuestra situación histórica como continente son las que se refieren al hombre que desde la ribera meridional del río Bravo hasta la Tierra del Fuego ha sido considerado la viva encarnación de la heroicidad, el espíritu libertario y el patriotismo: Simón Bolívar, paladín del combate contra el colonialismo español, intransigente defensor de las nacionalidades americanas y visionario fundador de un puñado de Estados libres.
En efecto, cuando en 1857 Charles Dana, director del New York Daily Tribune, solicitó a Marx y a Federico Engels una serie de reseñas biográficas sobre personajes destacados del orbe para incorporarlas a la Nueva Enciclopedia Americana, el autor de “El Capital” escribió un texto sobre Bolívar lleno de prejuicios e inexactitudes que, además, “enriqueció” con la repetición de imputaciones apócrifas originadas en rumores puestos a circular por el colonialismo español o en las contradicciones, mezquindades y apetencias de poder propias de las luchas internas del movimiento independentista.
En la referida biografía, Marx trata de ridiculizar a Bolívar, a quien denomina“Libertador” de Colombia (así, entre comillas), presentándolo como un oportunista y un cobarde que, actuando como vulgar aventurero, traiciona a don Francisco de Miranda (precursor de la independencia en América del Sur), se entiende con los adversarios, se comporta como un vividor con la ayuda extranjera, abandona reiteradamente a los suyos, permite el saqueo de las ciudades que conquista, seduce y viola a las mujeres que encuentra a su paso, y sólo pelea para inflar su ego y procurar glorias temporales y placeres sin freno. Más aún: se hace eco de una expresión satírica del general Manuel Piar en el sentido de que Bolívar era el “Napoleón de las retiradas”.
Una muestra palmaria del ensañamiento de Marx contra Bolívar es la forma en que describe la entrada de éste último a Caracas el 6 de agosto de 1813 tras la capitulación de las tropas españolas: “A Bolívar se le tributó entonces una entrada apoteótica. De pie, en un carro de triunfo, al que arrastraban doce damiselas vestidas de blanco y ataviadas con los colores nacionales, elegidas todas ellas entre las mejores familias caraqueñas, Bolívar, la cabeza descubierta y agitando un bastoncillo en la mano, fue llevado en una media hora desde la entrada de la ciudad hasta su residencia. Se proclamó “Dictador y Libertador de las Provincias Occidentales de Venezuela” (…), creó la “Orden del Libertador”, formó un cuerpo de tropas escogidas a las que denominó guardia de corps y se rodeó de la pompa propia de una corte”. Y de inmediato, en tono concluyente, el insigne pensador y revolucionario agrega: “Pero, como la mayoría de sus compatriotas, (Bolívar) era incapaz de todo esfuerzo de largo aliento y su dictadura degeneró pronto en una anarquía militar, en la cual los asuntos más importantes quedaban en manos de favoritos que arruinaban las finanzas públicas y luego recurrían a medios odiosos para reorganizarlas”.
Asimismo, Marx da como cierta y hace suya la descripción que hiciera de Bolívar uno de sus más conspicuos detractores, Henri L. V. Ducoudray Holstein, a saber: “Simón Bolívar mide cinco pies y cuatro pulgadas de estatura, su rostro es enjuto, de mejillas hundidas, y su tez pardusca y lívida; los ojos, ni grandes ni pequeños, se hunden profundamente en las órbitas; su cabello es ralo. El bigote le da un aspecto sombrío y feroz, particularmente cuando se irrita. Todo su cuerpo es flaco y descarnado. Su aspecto es el de un hombre de 65 años Al caminar agita incesantemente los brazos. No puede andar mucho a pie y se fatiga pronto. Le agrada tenderse o sentarse en la hamaca. Tiene frecuentes y súbitos arrebatos de ira, y entonces se pone como loco, se arroja en la hamaca y se desata en improperios y maldiciones contra cuantos le rodean. Le gusta proferir sarcasmos contra los ausentes, no lee más que literatura francesa de carácter liviano, es un jinete consumado y baila valses con pasión. Le agrada oírse hablar, y pronunciar brindis le deleita. En la adversidad, y cuando está privado de ayuda exterior, resulta completamente exento de pasiones y arranques temperamentales. Entonces se vuelve apacible, paciente, afable y hasta humilde. Oculta magistralmente sus defectos bajo la urbanidad de un hombre educado en el llamado beau monde, posee un talento casi asiático para el disimulo y conoce mucho mejor a los hombres que la mayor parte de sus compatriotas”.
En general, la reseña de Marx sobre Bolívar no fue del agrado del editor de la Nueva Enciclopedia Americana, quien le hizo saber a aquel que su trabajo era evidentemente prejuiciado y, al mismo tiempo, que carecía de suficientes fuentes. Como respuesta no directa, Marx no sólo calificó de “imbécil” a Dana por sus críticas sino que arremetió también contra Bolívar de manera virulenta.
La reacción en el sentido apuntado del fundador del denominado “socialismo científico” está esencialmente contenida en la carta que le envió a Engels el 14 de febrero de 1858, en la que afirma que Bolívar es el “canalla más cobarde, brutal y miserable” que se haya conocido, tipificándolo como “el verdadero Soulouque” (emperador haitiano célebre por su idiotez y su brutalidad). Igualmente, en la misma misiva escribió lo siguiente: “La fuerza creadora de los mitos, característica de la fantasía popular, en todas las épocas ha probado su eficacia inventando grandes hombres. El ejemplo más notable de este tipo es, sin duda, el de Simón Bolívar”.
Los defensores de Marx, fundamentalmente europeos, sostienen que si bien se debe reconocer que el insigne pensador y revolucionario era una persona con “malas pulgas” (a veces tenía un carácter difícil, era irreverente e iconoclasta, y perdía la paciencia con mucha frecuencia frente a los contradictores), el mérito básico de sus opiniones sobre Bolívar no residía en los juicios de valor que contenían (en algunos aspectos hipotéticamente no muy alejados de la realidad) sino en la “responsabilidad intelectual” y la “verticalidad de pensamiento” que el autor exhibió al atreverse a formularlos sin cortapisas ni temores.
Por su lado, los defensores de Bolívar, casi todos americanos, sugieren que, aunque algunas de las observaciones críticas de Marx pudiesen ser cercanas a la realidad, la mayoría de ellas son insolentes, exageradas o infundadas (tomadas en ocasiones, como ya se ha dicho, de fuentes dudosas o parcializadas) y, en definitiva, por ello mismo no alcanzan a empañar en lo más mínimo la gloria del gran prócer independentista del Nuevo Mundo: Bolívar, se aduce con propiedad, no era un santo sino “un hombre de su tiempo”, y como tal, lo mismo que Marx, tenía innegables vicios y virtudes, pero éstas últimas tienen infinitamente mayor peso específico que los primeros.
De todos modos, parece más que obvio que, al margen de las connotaciones históricas (pretéritas, actuales o potenciales) de la discusión sobre el tema, hay una verdad inocultable: Carlos Marx, el más célebre revolucionario europeo de todos los tiempos, no tenía en absoluto una buena opinión sobre Simón Bolívar, el más afamado héroe de la historia americano…
(*) El autor es abogado y profesor universitario
lrdecampsr@hotmail.com
martes, 23 de febrero de 2010
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