Haití: entre la crisis y la historia
Por: Marcos Antonio Ramos
Por lo general, la prensa internacional ha situado en el lugar que le corresponde a la crisis de Haití. Se trata de una prioridad informativa y de una catástrofe casi sin precedentes. Por otra parte y en aspectos muy específicos seguimos enfrentando una situación compleja, sobre todo en relación con la historia de los nobles pueblos que ocupan la Isla de la Española. Las lecciones de la historia son muchas y las constantes críticas que algunos han hecho en el pasado tanto a haitianos como a dominicanos pueden reflejar, más que un espíritu negativo, un desconocimiento olímpico de temas históricos. Muchas veces se habla de América Latina como un gran todo. Pero ni siquiera ese nombre es adecuado. Hay diferencias fundamentales entre la América española y la portuguesa. Y en el caso del Caribe la presencia francesa, inglesa y de otras naciones europeas en la era colonial dio lugar a una complejidad que no puede ser subestimada.
Una de las cuestiones que resaltan en estudios históricos sobre la región es el interesante, pero complicado, pasado de Haití y la República Dominicana. La gigantesca ayuda que los dominicanos están ofreciendo a los haitianos no es nada nuevo. Los que hemos visitado y estudiado esos países hemos visto como la nación fundada en 1844 ha albergado por décadas a cientos de miles, por no decir millones de haitianos. Claro que la presencia de esos hermanos antillanos ha contribuido por su trabajo y esfuerzo a la industria azucarera, la construcción, los servicios y otros renglones de actividad económica en Santo Domingo, pero nadie puede pretender que un país pobre ofrezca a los inmigrantes recursos comparables a los disponibles en las grandes naciones.
Son dos países con idiomas y culturas muy diferentes. Haití surgió como nación independiente después de una rebelión de esclavos. La República Dominicana esel resultado de una rebelión contra la ocupación haitiana (1822-1844) que frustró el intento inicial de crear en Santo Domingo una nación o estado con identidad propia. Al primer proyecto nacional dominicano se le conoce precisamente como “la independencia efímera” que sólo duró dos meses. Ese es el título de un libro de Max Henríquez Ureña, gran escritor domínico cubano. Un sector dominicano encabezado por José Núñez de Cáceres intentó separarse de España en diciembre de 1821, pero cuando parecía que se había logrado ese propósito, el territorio dominicano fue ocupado a principios de febrero de 1822 por tropas haitianas encabezadas por el presidente Jean-Pierre Boyer.
Es cierto que el caudillo independentista Nuñez de Cáceres cometió errores fundamentales, entre ellos el no abolir la esclavitud al proclamar su Estado Independiente del Haití Español (Santo Domingo). Varias municipalidades y poblaciones prefirieron izar la bandera haitiana antes que la de la Gran Colombia, proyecto de federación con el que deseaba integrarse Núñez de Cáceres para evitar situaciones como la ocurrida poco después con la invasión de Boyer. Pero a pesar de cierto apoyo inicial, o más bien intento de cooperación, de un sector dominicano no necesariamente mayoritario, la ocupación haitiana dejó un sabor amargo y hasta algunos que colaboraron con la misma, como el polémico Tomás de Bobadilla, terminaron por apoyar de alguna manera esfuerzos independentistas como los del benemérito y eximio Juan Pablo Duarte.
Algunos autores como Michele Wucker, en su obra “Why the Cocks Fight: Dominicans, Haitians and the struggle for Hispaniola” (Por qué pelean los gallos: dominicanos, haitianos y la lucha por la Española), sin desconocer los abusos del gobierno de Boyer con la población dominicana en el período 1822-1844, describen situaciones como la matanza de haitianos ocurrida en la frontera entre ambos países durante el régimen de Rafael Trujillo y problemas anteriores y posteriores, pero todas esas cuestiones deben ser situadas en perspectiva. El simplismo más rampante ha caracterizado muchas evaluaciones de los períodos históricos en cuestión. Independientemente del pasado, la catástrofe ocurrida hace unos días pudiera ser la mejor demostración de que haitianos y dominicanos desean cooperar en proyectos de beneficio común que contribuirían a acercarlos y a destruir mitos o exageraciones del pasado.
Las campañas antidominicanas que algunos han llevado a cabo o promovido casi abiertamente en los medios de difusión han sufrido una gran derrota en las últimas semanas. El pasado de cada país contiene episodios desagradables, las relaciones entre pueblos vecinos pueden caracterizarse coyunturalmente por momentos o períodos desagradables, pero no sólo por tal tipo de experiencias. A través del tiempo los dominicanos han abierto hospitales y centros de asistencia a cientos de miles de haitianos. Ahora continúa y se intensifica esa realidad. La República Dominicana, un país pobre, pero progresista, ha hecho lo que ha podido a través de sus relaciones con el pueblo haitiano. Lo de ahora es una ratificación y es una demostración que nadie podrá negar. En los días pasados, cientos de madres dominicanas han dado sus pechos para alimentar a niños huérfanos haitianos a los que se ha rescatado de las puertas mismas de la muerte. El embajador de Haití en Santo Domingo ha insistido en más de una ocasión en que los haitianos jamás olvidarán la generosidad y la amistad del noble pueblo dominicano.
Las campañas racistas y antihaitianas, quizás más disimuladas, pero promovidas frecuentemente hasta por aquellos que se declaran campeones de los derechos humanos, pero utilizan en privado palabras y frases despectivas para referirse a haitianos y otros seres humanos con un color diferente, no podrán por ahora hacerse tan abiertamente. La generosidad que han demostrado individuos de todas las razas y religiones, etnias y nacionalidades, ha sido tan grande que contribuye a resaltar lo mejor en la condición humana. Tristemente, la desgracia y la generosidad, quizás nos hagan recordar que “Dios no hace acepción de personas”. Lo que separa es el odio apoyado en la ignorancia, lo que debe unir es el amor basado en el entendimiento. No hay razas superiores, pueblos perfectos o naciones impecables, sólo gente buena y mala, ignorante o informada, pero sujeta al ambiente en que nace o se desarrolla, y a otras circunstancias de su existencia.
Hay problemas con raíces en la historia, disciplina que muchos sólo utilizan para repetir datos aislados y perpetuar prejuicios irracionales. Entre la crisis y la historia, los pueblos estrechan las manos ante un futuro incierto, pero que pudiera contener elementos positivos de convivencia.
lunes, 1 de febrero de 2010
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