¿La vejez no es para cobardes?
Por: Florence Thomas
Si hay una película de la actual cartelera que me ha dejado pensando es la cinta 'La elegida', una adaptación de la directora española Isabel Coixet de la novela de Philip Roth. No voy a resumir la película, pero en el centro del debate está la increíble capacidad que tienen los hombres en los albores de la vejez para caer en las trampas de los amores de mujeres que podrían ser sus hijas y aun, a veces, sus nietas. En la película, la historia se resume en el debate interior de un profesor universitario, de sesenta y pico de años, carismático, exitoso y mediático que se debate entre un apasionado enamoramiento hacia una joven estudiante deslumbrante de belleza, y su vida anterior, estable y controlada.
La película muestra lo que todos y todas sabemos: los hombres, ya maduros, y a veces más que maduros, tienen posibilidades amorosas y permisividad cultural relativas a su vida erótico-amorosa, que ninguna mujer en las mismas condiciones generacionales se podría permitir. Muchas de las mujeres de mi generación y aun las que ya entraron en el quinto piso de este edificio frágil de la vida, están irremediablemente viviendo un desierto erótico que hemos aprendido a sobrellevar con humor, sororidad, complicidad e imaginación. ¿Cuántas mujeres de cincuenta, de sesenta años o más, profesoras universitarias, como el protagonista de la película, pueden darse el lujo de enamorarse de un bello estudiante de maestría de 25 o 30 años? ¡Y, créanme, que los hay, los hay!
¿Cuántas mujeres inteligentes, de cabellos grises y arrugas en la esquina de su sonrisa pueden esperar que un hombre trascienda este caparazón de la piel que nunca miente y llegue a los vericuetos de su historia? Y claro, Consuela Castillo, interpretada por Penélope Cruz, es bella, de una belleza mediterránea y alucinante para este hombre tan seguro de sí mismo y tan encantador. Y Consuela Castillo cae inexorablemente. Yo también pude hacerlo escuchando los discursos de David Kepesh, el profesor. Sin embargo, ella y él están inscritos en una cultura que les ha otorgado este privilegio.
En distintos eventos sociales, me encuentro estos hombres de mi generación, muchos con terceros matrimonios en compañía de mujeres que a veces tienen apenas treinta años, y me pregunto si es su manera de luchar contra la vejez, si es su manera de negar el paso de los años y de retrazar la única certidumbre que tenemos todos y todas. Y no se trata de un debate moral, porque entiendo muy bien a estas jóvenes mujeres que se enamoran de hombres inteligentes, de hombres sabios de experiencias que les permiten madurar y crecer más velozmente. Lo que me sigue molestando al respecto son las diferencias de oportunidades entre hombres y mujeres. Basta hacer este simple ejercicio: cuenten cuántas mujeres de 50 o 60 años deseosas de compañía conocen; mujeres maduras, inteligentes, llenas de experiencias vitales y de una misteriosa sabiduría. Deseosas de una relación con un hombre de su generación, pero, casi todos sus amigos generacionales están de nuevo ocupados con mujeres de la edad de sus hijas.
Y volviendo a la película, se nos dice que el protagonista tiene otra relación. Se trata de una mujer de unos cincuenta años, que no vive en la misma ciudad que él y que, sin embargo, mantiene con él, desde hace unos años, una fuerte relación que parecía satisfacerle del todo y que personalmente encontré ideal. Se encuentran de vez en cuando, no comparten la esquizofrénica vida cotidiana y los dos parecen colmados con su vida sexual. ¿Qué más quería este hombre? Tal vez, entonces, como decía Betty Davis, la vejez no es para cobardes.
La autora es Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
miércoles, 25 de noviembre de 2009
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