*AMORES SECRETOS, AMORES PROHIBIDOS*
© 2007/2008 Estrella Cardona Gamio
Sabemos que en casi todas las novelas se habla de amor, pero, ¿conocemos acaso muchas historias verídicas de amores que tuvieron por protagonista a más de un famoso escritor, auténticas vidas de novela que, en algunos casos, llegaron a filtrarse en sus propias obras bien de manera inconsciente, bien intencionada? Me parece que no, al menos no todas.
Por ello, C. CARDONA GAMIO EDICIONES se complace en ofrecer una selección de vidas de autoras/autores cuyos nombres nadie ignora, pero a veces sí su vida amorosa, o determinadas facetas de ella.
LOS DOS GRANDES AMORES DE CHARLES DICKENS
Aunque Charles Dickens se casó viviendo largos años de matrimonio, tuvo dos grandes amores en su vida, uno totalmente romántico, como mandaban los cánones de la época y otro salvajemente apasionado que le condujo a la separación y al escándalo después de 22 años de unión conyugal.
Ese amor romántico, silencioso y platónico, tuvo por protagonista a su cuñada Mary Hogarth, una jovencita de 17 años, que se había instalado a vivir en casa de su hermana Catherine y de Charles a poco de casarse ambos, lo que en ningún caso significó que fuese la clásica pariente pobre recogida por caridad sino más bien integrada afectuosamente en el hogar de la pareja.
Así pues, los tres vivían en paz y armonía, cuando, repentinamente, y de vuelta de una sesión teatral nocturna en la que se lo habían pasado muy bien, Mary se puso enferma muriendo al día siguiente en los brazos de su cuñado, presumiblemente de un ataque al corazón.
Que se sepa, nunca existió la menor relación amorosa entre ambos, pero la reacción de Dickens al luctuoso suceso fue tan intensa como significativa, sobre todo en un escritor, ya que le abandonó la inspiración y tuvo que interrumpir Oliver Twist y Pickwick obras en las que estaba trabajando por aquellas fechas y que se publicaban por entregas. Otro detalle revelador fue el ponerse el anillo de Mary y no desprenderse de él en toda su vida.
Siempre es muy triste que una persona tan joven fallezca prematuramente, y el dolor imborrable que semejante hecho produce se intensifica tornándose en inolvidable en las almas sensibles. El tránsito de Mary Hogarth, que también llenó de tristeza a su hermana, marcó para siempre al novelista condicionándole a la hora de describir muertes en sus libros, y mucho más tarde, en la edad madura, le hizo enamorarse con el ímpetu de un adolescente de la joven actriz de teatro Ellen Ternan, quien, tal vez de alguna manera, le recordaba a su desaparecida cuñada, de la cual había escrito que era admirada por todos por su belleza y su bondad y que representaba la paz y el alma de nuestro hogar.
Durante largos años, después de tan sensible pérdida, Dickens fue un marido ejemplar... desencantado y aburrido que llevaba su matrimonio por rutina y cuya escapatoria de esta monotonía era precisamente escribir. Es de suponer que ni él mismo hubiera llegado a imaginar que próximo a cumplir los cincuenta años iba a enamorarse tan apasionadamente de una jovencita de 16, que, tras la separación de su esposa, acabaría convirtiéndose en amante suya, relación que duraría más de diez largos años, y de la cual nacería un hijo fallecido prontamente.
Mucho se ha especulado sobre este amor impetuoso que le sorbió tanto el seso a Charles Dickens como para enfrentarlo con su propia familia, diez hijos legítimos y esposa, la sociedad en general y sus amigos, dado que siempre se había portado correctamente en estas cuestiones, y se ha intentado ver en el desliz una vuelta al pasado, a convertir en una realidad el amor por su joven cuñada, una especie de canto de cisne romántico y desesperado, tal vez fuera de contexto ya que él iba hacia la vejez, pues en aquellos tiempos la cincuentena era sinónimo de ancianidad.
De todas formas, este último amor acabó mal porque la pareja no se entendía, es de suponer que Ellen se acercó a él por los beneficios que ello podía reportarle, ser la amada de un ilustre escritor otorgaba prestigio, y en cuanto a Dickens concluyó por decepcionarse al no encontrar en su amante el paraíso perdido, y esta fue una nueva amargura que incluir en las muchas que a lo largo de su existencia vivió.
Sin embargo, hay que tener en cuenta una cosa, quizá su amor por Mary perduró, marcándole tan profundamente, porque al idealizarla la convirtió en única y sin rival, tan perfecta, que el día a día cotidiano no pudo transformarla en algo vulgar y monótono a sus ojos, así pues nunca pudo desilusionarle, lo que no dejaría de ser, bien mirado, una prueba de egoísmo: exigir la perfección en los demás sin examinar la suya propia para comprobar si estaba a la altura de tan grandes expectativas.
En cuanto a Ellen Ternan, una vez muerto Dickens, contrajo matrimonio con un profesos medio invalido y tuvo dos hijos, un niño y una niña, y lo curioso del caso es que no hizo nunca el menor comentario sobre su relación con el escritor, es decir, como si la tal relación jamás hubiera existido, lo que no deja de ser sorprendente, si tenemos en cuenta la de problemas que causó.
Ellen Ternan falleció 44 años después que Charles Dickens.
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