lunes, 10 de agosto de 2009

Mario Vargas Llosa. El vicio de escribir

Críticos, expertos y profesores analizan en el foro Lecciones y maestros la obra del escritor hispanoperuano

JUAN CRUZ - Santillana del Mar - 16/06/2008

Mario Vargas Llosa se encontró un día, en la mesa de noche de su adolescencia, que además de los cuentos que le contaba su madre había unos poemas de Pablo Neruda, un poeta para él desconocido pero que le introdujo en las turgencias (y en las urgencias) de la vida. Todo fue porque su madre le quitó el libro, "eso no es para niños", de modo que él se afanó en reencontrarlo y finalmente leyó los Veinte poemas de amor y una canción desesperada.


El escritor peruano cuenta eso en El pez en el agua, su autobiografía personal, y esta mañana lo recordó ante un nutrido grupo de profesores, escritores, críticos, editores y amigos, Víctor García de la Concha, en la apertura de las jornadas Lecciones y maestros que organiza la Fundación Santillana en su sede de Santillana del Mar.

Estas jornadas fueron fundadas por Jesús Polanco, presidente de Prisa fallecido en julio de 2007, y por Isabel Polanco, su hija, consejera delegada del grupo editorial Santillana, fallecida también en marzo de este año. Isabel estuvo en las jornadas del año pasado, y su padre no pudo estar porque entonces (junio de 2007) sufría un episodio grave de su estado de salud.

El hijo mayor de Jesús, Ignacio, presidente ahora de PRISA (empresa editora de EL PAÍS), se refirió a esa contingencia triste cuando abrió estas jornadas, y fue luego Víctor García de la Concha, director de la Academia, lingüista y crítico literario, quien subrayó esa circunstancia dolorosa para remarcar algo que distinguió a padre e hija, y que está en el origen de esta reunión de maestros literarios con sus lectores en Santillana del Mar, que tanta vinculación tiene con el proyecto editorial de Polanco y de su socio, Pancho Pérez González, que ha estado hoy, como el año pasado, en el acto inaugural.

Dijo De la Concha que nunca pagará bastante la Academia la fuerza con la que los Polanco, padre e hija, ayudaron a la institución que dirige a arraigarse y a prolongarse en América, en todos los límites del español. Salvador Ordóñez, rector de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo, se sumó a ese homenaje, que domina sentimentalmente el desarrollo de las jornadas.

Ya metidos en la literatura propiamente dicha, resultaba extraño, pero rigurosamente imprescindible, contemplar a Vargas Llosa, el primero de los escritores que se somete a estas lecciones, ante el exegeta de su obra, su compañero de Academia Víctor García de la Concha. Y debió ser muy estimulante para él; De la Concha recogió, de muchas de las cosas que Vargas Llosa ha ido diciendo o escribiendo, una especie de autobiografía literaria que parte de aquellos poemas de Neruda, y va a los poemas de Baudelaire o Rimbaud o Luis de Góngora, para pasar a abrazar, primero, las tesis de Jean Paul Sartre, y sucesivamente, para revisarlas o para abrazarlas, las de Albert Camus, las de William Faulkner, las de Joseph Conrad o las de Flaubert.

Cuando le respondió, sentado en la misma mesa de café, ante sus lectores y antes sus exégetas, y también ante los dos escritores que le han de suceder en esta serie de lecciones y maestros, Javier Marías y Arturo Pérez-Reverte (el año pasado fueron José Saramago, Carlos Fuentes y Juan Goytisolo), Vargas Llosa reivindicó esas fuentes de su escritura, marcó nítidamente el nacimiento de su vocación imbatible, se adentró en el encuentro tan nutritivo con Faulkner y con Flaubert y dibujó la esencia de su trabajo literario como la consecuencia de una teoría y de una voluntad.

Su teoría, y con ella comenzó, es contar bien las historias; y su técnica es la de hacer que la técnica tenga protagonismo; no se puede decir cualquier cosa, porque sea dramática o espectacular, de cualquier manera; hay que seguir una técnica, y ésta ha de servir en función de la esencia o el desarrollo de las historias que se quieran representar.

Sin un folio delante, sin siquiera una nota, mirando acaso a ese aparatito invisible que se llama memoria, el autor de La tía Julia y el escribidor contó su historia de matrimonio indisoluble con la literatura y dejó paso al coloquio que también le tuvo a él como protagonista silente y que controló Basilio Baltasar, director de La Oficina del Autor y de la revista cultural El Boomeran(g). Ahí hubo de todo; Peter Landelius, traductor al sueco de Vargas Llosa, contó su experiencia a la hora de trasladar a su lengua el imaginario del peruano; José Miguel Oviedo, peruano, que nació con Mario a la vida y a la literatura, en la misma escuela, en el mismo tiempo, habló de "la pasión hirviente"que hay en los personajes y en la literatura de su paisano, y estuvieron también otros especialistas o lectores.

Armas Marcelo, que escribió una biografía literaria del escritor de La ciudad y los perros, contó una anécdota que completa el mito (basado en la realidad) del trabajo incesante a que se somete Vargas Llosa a la hora de cumplir con su vocación literaria. Dice Armas Marcelo que escribe Carlos Barral que éste le fue a visitar a París, cuando ya Mario había escrito La ciudad y los perros; sonaba la máquina de escribir, y era Vargas Llosa en medio del silencio de la casa, mientras Barral dormitaba. Hasta que sonó el timbre de la puerta, entró seguramente una mujer, y al cabo de unos minutos volvió a sonar la máquina, que paró tan solo para que se oyera la voz de Mario diciendo: "¡Qué haces desnuda, que te vas a enfriar!". Y luego volvió a sonar la máquina. Lo de Neruda es verdad, Mario recuerda haber contado eso; alguien contó luego que Barral escribió esa anécdota para cumplir con el deber de un editor de crear una mitología en torno a un autor que estaba naciendo.

En lo que estuvo de acuerdo Mario, y en lo que estuvieron de acuerdo todos, fue en que en el escritor peruano se cumple el gozo del vicio más misterioso del mundo, el que proporciona la escritura incesante, a la que él se somete como un forzado feliz. Después de almorzar le ofrecieron irse de viaje por Liébana. Pero tenía que escribir. Ya se lo podía pedir Brigitte Bardot, o la que le sucediera en los estrellatos de ahora.

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