SOBRE LA MUERTE Y EL MORIRSE
Por: Rafael Peralta Romero
La lectura de una novela escrita por un escritor dominicano, en ascenso, a quien conocí por invitación suya a un programa de televisión, que conduce con el encanto de los intelectuales que hacen literatura, me obligó a revisar el tema de la muerte y el morirse. Sentí que iba a retomar el tema, cuando este joven escritor puso en mis manos una novela suya, intitulada Los tres entierros de Dino Bidal (2000). Me refiero a Rafael Peralta Romero, del municipio de Miches, de la provincia de El Seibo. Agradezcamos estas reflexiones que nos inspiraron para tratar uno de los fenómenos sociales más antiguos de la humanidad: el entierro.
Cuando terminé de leer el texto, comprendí que el análisis de la muerte, en la obra de Peralta Romero, nos adentraba además del tema del entierro del personaje, al conocimiento de la forma del cuidado del muerto, es decir, el funeral, que no es precisamente de lo que trata esta novela. No es que pretenda aprovechar la trama de la obra para describir las funciones funerarias, los mitos y las fantasías, los misterios y la muerte, en nuestra sociedad, sino que me complace admitir que el libro comprende situaciones de interés antropológico, sicológico, que acompañan las prácticas de los funerales de hoy.
Al igual que en la novela, un funeral se nos muestra como un ritual, que envuelve gran esfuerzo, gastos de energía, atrae sospecha, ira, resistencia por parte de los familiares del difunto. Pero cuando nos encontramos que el entierro es oculto, clandestino, surgen hechos que buscan explicar la muerte del sujeto, y nos angustia descubrir herramientas, patrón de lesiones, armas, violencia, y cualquier otra evidencia. Es casi una declaración de guerra: existe una búsqueda incansable por la persona desaparecida, como si se buscara a una persona armada, llamándola frecuentemente por su nombre. Y luego, que asistimos al funeral, «la más elaborada de las costumbres humanas, con excepción de la guerra».
¿Cuál es la función de un funeral? El enfoque primario del entierro es la «incorporación física» de los muertos, en «otro mundo». En la práctica del funeral el hombre se niega al entierro anónimo, y es por eso que muchas sociedades lo acompañan de muchas características elaboradas. En este punto debemos referir la tumba, el ataúd, las honras fúnebres, entre tantas otras veleidades. En ese sentido, la función de los funerales es anunciar la muerte hasta el entierro, la declaración de que la muerte ha ocurrido. Y cuando pienso en la novela de marras, comprendo a los hijos del occiso –Dino Bidal–, que sufren la tremenda incertidumbre sobre la condición de su padre: vivo o muerto. La presencia de un cadáver es un hecho fundamental para que los dolientes acepten la muerte, sobrepongan experiencias de rechazo, y se permitan un dolor creativo. El funeral, la despedida final, transforma así lo temporal en espiritual.
viernes, 10 de julio de 2009
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