Por J. M. Vidal/J. Bastante
La crisis del capitalismo, la denuncia del hambre y la injusticia en la sociedad globalizada, la defensa de la vida y de la libertad religiosa y la “urgente reforma” de Naciones Unidas son algunos de los puntos clave de “Caritas in Veritate”, que hoy ha visto la luz en todo el mundo.
En su tercera y esperada encíclica, el Papa arremete con dureza contra los excesos del sistema capitalista, y reclama un globalización que tenga en cuenta el carácter humano de las personas que conforman el mundo de hoy.
A su vez, insiste en que “la crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas”. “Debemos ser protagonistas, y no víctimas” de la globalización, dice el Papa.
Es un documento apretado de 155 folios, denso y bien redactado. Al estilo del Papa Ratzinger que, como buen profesor y pedagogo, ofrece un documento lineal bien fundamentado. Con una introducción en la que sienta los principios básicos de la caridad en la verdad y un desarrollo pormenorizado en seis capítulos y una conclusión.
Las encíclicas sociales suelen marcar los pontificados. Desde la “Rerum Novarum” de León XIII a Juan XXII es recordado por su “Pacem in terris” y Pablo VI por su “Populorum progressio”. Hasta la “Laborem exercens, Sollicitudo rei socialis y Centesimus annus” de Juan Pablo II, el Papa de lo social por antonomasia.
El propio Benedicto XVI lo señala explícitamente en la introducción de su encíclica. A más de cuarenta años de la publicación de la Encíclica, "deseo rendir homenaje y honrar la memoria del gran pontífice Pablo VI, retomando sus enseñanzas sobre el desarrollo humano integral y siguiendo la ruta que han trazado, para actualizarlas en nuestros días. Este proceso de actualización comenzó con la Encíclica Sollicitudo rei socialis, con la que el Siervo de Dios Juan Pablo II quiso conmemorar la publicación de la Populorum progressio con ocasión de su vigésimo aniversario. Hasta entonces, una conmemoración similar fue dedicada sólo a la Rerum novarum. Pasados otros veinte años más, manifiesto mi convicción de que la Populorum progressio merece ser considerada como «la Rerum novarum de la época contemporánea », que ilumina el camino de la humanidad en vías de unificación”.
Introducción
De entrada, el Papa proclama que “la caridad en la verdad es la principal fuerza impulsora del auténtico desarrollo de cada persona y de toda la humanidad”. Y reivindica, al estilo de la Carta de Pablo a los Corintios, el amor y la verdad como las piedras angulares que sostiene al hombre en el mundo. “El amor –«caritas»– es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la paz. Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta”.
De ahí que “defender la verdad, proponerla con humildad y convicción y testimoniarla en la vida son formas exigentes e insustituibles de caridad”. Una vez sentadas el amor y la verdad como los pilares de su encíclica, el Papa sostiene que “la caridad es la vía maestra de la doctrina social de la Iglesia”.
Y, una vez más, reivindica el fondo e incluso la propia palabra. “Soy consciente de las desviaciones y la pérdida de sentido que ha sufrido y sufre la caridad, con el consiguiente riesgo de ser mal entendida, o excluida de la ética vivida y, en cualquier caso, de impedir su correcta valoración. En el ámbito social, jurídico, cultural, político y económico, es decir, en los contextos más expuestos a dicho peligro, se afirma fácilmente su irrelevancia para interpretar y orientar las responsabilidades morales”.
Para evitar ese peligro, la receta papal es conjugar ‘veritas in caritate’ con la caritas in veritate’. Es decir, “se ha de buscar, encontrar y expresar la verdad en la «economía» de la caridad, pero, a su vez, se ha de entender, valorar y practicar la caridad a la luz de la verdad”. Porque “la verdad es luz que da sentido y valor a la caridad” y “sin verdad la caridad cae en mero sentimentalismo” y “el amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente”.
Porque el “riesgo fatal” que corre el amor en una “cultura sin verdad” es convertirse en “presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de la que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario”.
La caridad en la verdad reivindican el valor social del cristianismo, según el Papa. “En el contexto social y cultural actual, en el que está difundida la tendencia a relativizar lo verdadero, vivir la caridad en la verdad lleva a comprender que la adhesión a los valores del cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad y un verdadero desarrollo humano integral”.
Eso sí, se trata de un cristianismo completo, porque “un cristianismo de caridad sin verdad se puede confundir fácilmente con una reserva de buenos sentimientos, provechosos para la convivencia social, pero marginales. De este modo, en el mundo no habría un verdadero y propio lugar para Dios. Sin la verdad, la caridad es relegada a un ámbito de relaciones reducido y privado. Queda excluida de los proyectos y procesos para construir un desarrollo humano de alcance universal, en el diálogo entre saberes y operatividad”.
Sin los valores esenciales del cristianismo, es decir “sin verdad, sin confianza y amor por lo verdadero, no hay conciencia y responsabilidad social, y la actuación social se deja a merced de intereses privados y de lógicas de poder, con efectos disgregadores sobre la sociedad, tanto más en una sociedad en vías de globalización, en momentos difíciles como los actuales”.
Para el Papa, la caridad en la verdad sustentan los criterios orientadores de la acción social y moral, según la doctrina social de la Iglesia. Dos de ellos, los más fundamentales, son la justicia y el bien común.
En cuanto a la justicia el papa proclama que es inseparable de la caridad, tratando de unir espiritualismo y horizontalismo. “Ubi societas, ibi ius: toda sociedad elabora un sistema propio de justicia. La caridad va más allá de la justicia, porque amar es dar, ofrecer de lo «mío» al otro; pero nunca carece de justicia, la cual lleva a dar al otro lo que es «suyo», lo que le corresponde en virtud de su ser y de su obrar. No puedo «dar» al otro de lo mío sin haberle dado en primer lugar lo que en justicia le corresponde. Quien ama con caridad a los demás, es ante todo justo con ellos. No basta decir que la justicia no es extraña a la caridad, que no es una vía alternativa o paralela a la caridad: la justicia es «inseparable de la caridad», intrínseca a ella”.
Y es que caridad y justicia se complementan como buenas hermanas. La «ciudad del hombre» no se promueve sólo con relaciones de derechos y deberes sino, antes y más aún, con relaciones de gratuidad, de misericordia y de comunión. La caridad manifiesta siempre el amor de Dios también en las relaciones humanas, otorgando valor teologal y salvífico a todo compromiso por la justicia en el mundo”.
El otro gran gozne de la vida social y moral es el bien común. “Es el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz. Desear el bien común y esforzarse por él es exigencia de justicia y caridad. Trabajar por el bien común es cuidar, por un lado, y utilizar, por otro, ese conjunto de instituciones que estructuran jurídica, civil, política y culturalmente la vida social, que se configura así como pólis, como ciudad”.
Y el papa saca conclusiones operativas: “Se ama al prójimo tanto más eficazmente, cuanto más se trabaja por un bien común que responda también a sus necesidades reales. Todo cristiano está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir en la pólis”.
El Papa asegura que, en un mundo globalizado, “el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones”.
Por eso, el papa denuncia una globalización sin ética. “El riesgo de nuestro tiempo es que la interdependencia de hecho entre los hombres y los pueblos no se corresponda con la interacción ética de la conciencia y el intelecto, de la que pueda resultar un desarrollo realmente humano. Sólo con la caridad, iluminada por la luz de la razón y de la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un carácter más humano y humanizador”.
Para conseguir un mundo globalizado más justo, el Papa advierte que “la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer10 y no pretende «de ninguna manera mezclarse en la política de los Estados». No obstante, tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia a favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación”.
En su primer capítulo, “El mensaje de la Populorum Progressio”, de la que se cumplen 40 años, Benedicto XVI recuerda que “la Iglesia, estando al servicio de Dios, está al servicio del mundo en términos de amor y verdad”, recalcando que “tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia o educación, sino que manifiesta toda su propia capacidad de servicio a la promoción del hombre y la fraternidad universal cuando puede contar con un régimen de libertad”. Una libertad que “se ve impedida en muchos casos por prohibiciones y persecuciones, o también limitada cuando se reduce la presencia pública de la Iglesia solamente a sus actividades caritativas”.
Junto a la libertad, la encíclica subraya que “el desarrollo humano integral como vocación exige también que se respete la verdad”. “La verdad del desarrollo consiste en su totalidad: si no es de todo el hombre y de todos los hombres, no es el verdadero desarrollo. Éste es el mensaje central de la Populorum progressio, válido hoy y siempre”, dice el Papa.
Siguiendo el discurrir de la encíclica de Pablo VI, Benedicto XVI señala “la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos”, como una de las causas principales del subdesarrollo. “La sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. La razón, por sí sola, es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad”, añade el Pontífice.
Ante los grandes problemas de la injusticia en el desarrollo de los pueblos, añade Benedicto XVI, es urgente que “se actúe con valor y sin demora. Esta urgencia viene impuesta también por la caridad en la verdad”. También lo es “movilizarse concretamente con el «corazón», con el fin de hacer cambiar los procesos económicos y sociales actuales hacia metas plenamente humanas”.
En el segundo capítulo, “El desarrollo humano en nuestro tiempo”, el Papa subraya el principal objetivo del desarrollo: “que los pueblos salieran del hambre, la miseria, las enfermedades endémicas y el analfabetismo”. “Después de tantos años (…), nos preguntamos hasta qué punto se han cumplido las expectativas de Pablo VI”.
En un duro alegato contra el actual sistema capitalista, el Papa denuncia cómo “el objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”.
“El desarrollo económico mismo ha estado, y lo está aún, aquejado por desviaciones y problemas dramáticos, que la crisis actual ha puesto todavía más de manifiesto”, constata Benedicto XVI. “La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas”, añade.
“Las culpas y los méritos son muchos y diferentes”, apunta el Pontífice, quien anima a todos a “a liberarse de las ideologías, que con frecuencia simplifican de manera artificiosa la realidad, y a examinar con objetividad la dimensión humana de los problemas”.
El Papa denuncia la “corrupción y la ilegalidad”, así como la explotación o la deriva de las ayudas internacionales tanto en los países ricos como en los pobres, y aboga por construir un progreso no basado meramente en lo económico, sino que busque el desarrollo integral.
Tras la caída del Muro y el fin del comunismo, apunta Benedicto XVI, “hubiera sido necesario un replanteamiento total del desarrollo”, para “proyectar globalmente el desarrollo”. Algo que no se ha hecho, y que “sigue siendo un deber llevarlo a cabo, tal vez aprovechando precisamente las medidas necesarias para superar los problemas económicos actuales”.
Posteriormente, el Papa reflexiona sobre el futuro papel del Estado democrático en lo social, lo político, lo sindical, la movilidad laboral o los cambios culturales. En este sentido, el Pontífice aboga por un diálogo cultural que no caiga en el relativismo. “Cuando esto ocurre, la humanidad corre nuevos riesgos de sometimiento y manipulación”, afirma.
Sobre el hambre, el Papa recuerda que “en la era de la globalización, eliminar el hambre en el mundo se ha convertido también en una meta que se ha de lograr para salvaguardar la paz y la estabilidad del planeta”. “Falta un sistema de instituciones económicas capaces” de paliar el hambre, las epidemias, la falta de salubridad o el acceso limitado al agua potable. También pide el Papa una urgente reforma de las políticas agrarias, para garantizar condiciones ecuánimes para los países en desarrollo.
“El derecho a la alimentación y al agua tiene un papel importante para conseguir otros derechos, comenzando ante todo por el derecho primario a la vida”, asegura el Pontífice, que señala la “vía solidaria” como una de las claves para salir de la actual crisis económica.
Dentro de las “nuevas pobrezas”, Benedicto XVI condena las trabas al derecho a la vida, que se dan tanto por la falta de alimento como por las políticas de contracepción y “la imposición del aborto” en algunos países. “En los países económicamente más desarrollados, las legislaciones contrarias a la vida están muy extendidas y han condicionado ya las costumbres y la praxis, contribuyendo a difundir una mentalidad antinatalista, que muchas veces se trata de transmitir también a otros estados como si fuera un progreso cultural”, afirma el Papa, en una velada alusión a España. También critica las legislaciones o proyectos que abogan por la eutanasia.
Otro aspecto que preocupa al Pontífice es “la negación del derecho a la libertad religiosa”. “Además del fanatismo religioso que impide el ejercicio del derecho a la libertad de religión en algunos ambientes, también la promoción programada de la indiferencia religiosa o del ateísmo práctico por parte de muchos países” son trabas a la legítima libertad de práctica religiosa.
“Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral”, añade el Papa, tal vez refiriéndose a la creciente división Iglesia-Estado presente, cada vez con más fuerza, en los países más occidentalizados.
Tras plantear los problemas, Benedicto XVI reclama afrontar con decisión “nuevas soluciones” lo que exige, entre otras cuestiones, “una nueva y más profunda reflexión sobre el sentido de la economía y de sus fines”.
El capítulo tercero de la encíclica está dedicado a “Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil”, y en él el Papa anima al ser humano a no caer en la tentación de “creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia”. Esas posturas, denuncia el Pontífice, “han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían”. Frente a esto, Benedicto XVI plantea “la caridad en la verdad”, una fuerza de una comunidad humana, no de individuos en particular. Una “comunidad fraterna” que sólo se entiende bajo el paraguas de “Dios-Amor”. Aplicado a la crisis económica, el Pontífice subraya cómo “sin formas internas de solidaridad y de confianza recíproca, el mercado no puede cumplir plenamente su propia función económica. Hoy, precisamente esta confianza ha fallado, y esta pérdida de confianza es algo realmente grave”.
La actividad económica, pues, debe estar “orientada a la consecución del bien común”, por lo que no se puede separar la gestión económica de la acción política. “La Iglesia sostiene siempre que la actividad económica no debe considerarse antisocial. Por eso, el mercado no es ni debe convertirse en el
ámbito donde el más fuerte avasalle al más débil”, afirma, aunque alerta de que “la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas”. En este tiempo de globalización, pues, el auténtico desafío, opina Benedicto XVI, está en “mostrar que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria”. Porque “toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral”.
Parafraseando a Juan Pablo II, Benedicto considera que “en la época de la globalización, la actividad económica no puede prescindir de la gratuidad, que fomenta y extiende la solidaridad y la responsabilidad por la justicia y el bien común en sus diversas instancias y agentes”, pues “el binomio exclusivo mercado-Estado corroe la sociabilidad”. Por ello, el Papa exige “una responsabilidad social más amplia”, también en el mundo de las empresas, que también tenga en cuenta a trabajadores y clientes. Así, el Papa ataca con dureza la especulación, y reclama que la globalización, en sí, no es buena ni mala.
“Debemos ser sus protagonistas, no las víctimas, procediendo razonablemente, guiados por la caridad y la verdad”. Es necesario, eso sí, “corregir las disfunciones” de la misma, que crean divisiones entre los pueblos y agrandan la brecha entre ricos y pobres y la insolidaridad. Por ello, reclama, es preciso “vivir y orientar la globalización de la humanidad en términos de relacionalidad, comunión y participación”.
En el cuarto capítulo, “Desarrollo de los pueblos. Derechos y deberes. Ambiente”, Joseph Ratzinger critica que “la exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes”. En concreto, habla del desarrollo demográfico, insistiendo en que “no es correcto considerar el aumento de población como la primera causa del subdesarrollo”, aunque sí apuesta por “una procreación responsable”.
También aborda el Papa la cuestión de la cooperación internacional, reclamando a instituciones sociales y organismos internacionales una “transparencia total”, y un respeto profundo por la naturaleza como fuente de vida y don de Dios. Por ello reclama “una mayor sensibilidad ecológica” y “una redistribución planetaria de los recursos energéticos”, tanto a nivel económico como en lo referente a las energías renovables y no renovables. “Una de las mayores tareas de la economía es precisamente el uso más eficaz de los recursos, no el abuso”, añade.
“Es necesario un cambio efectivo de mentalidad que nos lleve a adoptar nuevos estilos de vida”, dice el Papa, que confirma que las guerras contribuyen a devastar la ecología humana. “La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y la debe hacer valer en público. Y, al hacerlo, no sólo debe defender la tierra, el agua y el aire como dones de la creación que pertenecen a todos. Debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo”.
“El problema decisivo –asume Benedicto XVI- es la capacidad moral global de la sociedad. Si no se respeta el derecho a la vida y a la muerte natural, si se hace artificial la concepción, la gestación y el nacimiento del hombre, si se sacrifican embriones humanos a la investigación, la conciencia común acaba perdiendo el concepto de ecología humana y con ello de la ecología ambiental”.
El quinto capítulo de “Caritas in Veritate”, que lleva por título “La colaboración de la familia humana”, arranca subrayando que “una de las pobrezas más hondas que el hombre puede experimentar es la soledad”. En una época de grandes comunicaciones sociales globales, la soledad del hombre es uno de los grandes problemas, que impiden solucionar la crisis ética, moral y económica de la Tierra. En este punto, las religiones tienen un importante papel, para bien y para mal. “El mundo de hoy está siendo atravesado por algunas culturas de trasfondo religioso, que no llevan al hombre a la comunión, sino que lo aíslan en la búsqueda del bienestar individual, limitándose a gratificar las expectativas psicológicas”, advierte el Santo Padre, que alerta contra el “sincretismo religioso”, uno de los efectos perniciosos de la globalización mal entendida.
Por ello, reclama Benedicto XVI, “la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política”. Por ende, “la exclusión de la religión del ámbito público, así como, el fundamentalismo religioso por otro lado, impiden el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad”.
“La razón necesita siempre ser purificada por la fe, y esto vale también para la razón política, que no debe creerse omnipotente”, añade el Papa, quien denuncia que la ruptura del diálogo fe-razón “comporta un coste muy gravoso para el desarrollo de la humanidad”. “Vivir como una familia” es una grave responsabilidad para los cristianos, que han de hacerla realidad con creyentes de otras confesiones y con no creyentes, hermanos todos de la gran familia humana.
Aquí, añade, “la cooperación para el desarrollo no debe contemplar solamente la dimensión económica; ha de ser una gran ocasión para el encuentro cultural y humano”. Y también para una educación no entendida solamente como el acceso a conocimientos, sino también en conocer la dimensión humana del hombre. El turismo y las migraciones también comportan oportunidades y riesgos en la actual situación global. “Ningún país por sí solo puede ser capaz de hacer frente a los problemas migratorios actuales”, dice el Pontífice.
En un apartado importante de la encíclica, Benedicto XVI “siente mucho la urgencia de la reforma tanto de la Organización de las Naciones Unidas como de la arquitectura económica y financiera internacional, para que se dé una concreción real al concepto de familia de naciones”, que dé especial voz a los países más pobres. “Urge la presencia de una verdadera Autoridad política mundial”, reclama el Papa, que “goce de poder efectivo” para garantizar el desarrollo de la justicia y de los derechos humanos.
Capítulo 6: el desarrollo de los pueblos y la técnica
Benedicto XVI sostiene que no debemos caer en la “tentación prometéica” de pensar que la sociedad puede recrearse con la simple tecnología. “Lo mismo ocurre con el desarrollo económico, que se manifiesta ficticio y dañino cuando se apoya en los «prodigios» de las finanzas para sostener un crecimiento antinatural y consumista”.
Según el Papa, la técnica en sí es buena y “confirma el dominio del espíritu sobre la materia”, pero no debe caer en la autosuficiencia. “Por eso, la técnica tiene un rostro ambiguo. Nacida de la creatividad humana como instrumento de la libertad de la persona, puede entenderse como elemento de una libertad absoluta, que desea prescindir de los límites inherentes a las cosas”.
La consecuencia, según el papa es que “el proceso de globalización podría sustituir las ideologías por la técnica, transformándose ella misma en un poder ideológico, que expondría a la humanidad al riesgo de encontrarse encerrada dentro de un a priori del cual no podría salir para encontrar el ser y la verdad”.
Es decir, el mundo caería en la “mentalidad tecnicista”, que “refuerza mucho hoy la mentalidad tecnicista, que hace coincidir la verdad con lo factible. Pero cuando el único criterio de verdad es la eficiencia y la utilidad, se niega automáticamente el desarrollo. En efecto, el verdadero desarrollo no consiste principalmente en hacer. La clave del desarrollo está en una inteligencia capaz de entender la técnica y de captar el significado plenamente humano del quehacer del hombre, según el horizonte de sentido de la persona considerada en la globalidad de su ser”.
Esta mentalidad tecnicista se aplica hoy, según el Papa, al desarrollo. “El desarrollo de los pueblos es considerado con frecuencia como un problema de ingeniería financiera, de apertura de mercados, de bajadas de impuestos, de inversiones productivas, de reformas institucionales, en definitiva como una cuestión exclusivamente técnica”.
Pero, “El desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común. Se necesita tanto la preparación profesional como la coherencia moral. Cuando predomina la absolutización de la técnica se produce una confusión entre los fines y los medios, el empresario considera como único criterio de acción el máximo beneficio en la producción; el político, la consolidación del poder; el científico, el resultado de sus descubrimientos”.
No sólo el desarrollo, sino también la paz puede caer bajo esta mentalidad tecnicista, “fruto exclusivamente de los acuerdos entre los gobiernos o de iniciativas tendentes a asegurar ayudas económicas eficaces”.
Según el Papa, para que los esfuerzos diplomáticos sean eficaces y duraderos, “es necesario que se sustenten en valores fundamentados en la verdad de la vida. Es decir, es preciso escuchar la voz de las poblaciones interesadas y tener en cuenta su situación para poder interpretar de manera adecuada sus expectativas”.
El desarrollo tecnológico también está marcado por los medios de comunicación. “Para bien o para mal, se han introducido de tal manera en la vida del mundo, que parece realmente absurda la postura de quienes defienden su neutralidad y, consiguientemente, reivindican su autonomía con respecto a la moral de las personas”.
Dada la importancia de los medios, el papa pide una reflexión sobre su influjo, porque también en este ámbito, “el sentido y la finalidad de los medios de comunicación debe buscarse en su fundamento antropológico. Esto quiere decir que pueden ser ocasión de humanización no sólo cuando, gracias al desarrollo tecnológico, ofrecen mayores posibilidades para la comunicación y la información, sino sobre todo cuando se organizan y se orientan bajo la luz de una imagen de la persona y el bien común que refleje sus valores universales”.
Tras los medios, el papa aborda el campo de la bioética, a la que también acecha el peligro de la tentación tecnicista. Y, más en concreto, señala que “la fecundación in vitro, la investigación con embriones, la posibilidad de la clonación y de la hibridación humana nacen y se promueven en la cultura actual del desencanto total, que cree haber desvelado cualquier misterio, puesto que se ha llegado ya a la raíz de la vida. Es aquí donde el absolutismo de la técnica encuentra su máxima expresión. En este tipo de cultura, la conciencia está llamada únicamente a tomar nota de una mera posibilidad técnica. Pero no han de minimizarse los escenarios inquietantes para el futuro del hombre, ni los nuevos y potentes instrumentos que la «cultura de la muerte» tiene a su disposición. A la plaga difusa, trágica, del aborto, podría añadirse en el futuro, aunque ya subrepticiamente in nuce, una sistemática planificación eugenésica de los nacimientos”.
En definitiva, “el desarrollo debe abarcar, además de un progreso material, uno espiritual, porque el hombre es «uno en cuerpo y alma»”. Porque “lejos de Dios, el hombre está inquieto y se hace frágil. La alienación social y psicológica, y las numerosas neurosis que caracterizan las sociedades opulentas, remiten también a este tipo de causas espirituales. Una sociedad del bienestar, materialmente desarrollada, pero que oprime el alma, no está en sí misma bien orientada hacia un auténtico desarrollo. Las nuevas formas de esclavitud, como la droga, y la desesperación en la que caen tantas personas, tienen una explicación no sólo sociológica o psicológica, sino esencialmente espiritual”.
Para el papa está claro que para conseguir un desarrollo integral el hombre necesita “unos ojos nuevos y un corazón nuevo, que superen la visión materialista de los acontecimientos humanos y que vislumbren en el desarrollo ese «algo más» que la técnica no puede ofrecer. Por este camino se podrá conseguir aquel desarrollo humano e integral, cuyo criterio orientador se halla en la fuerza impulsora de la caridad en la verdad”.
Conclusión
Como no podía ser menos, en la conclusión, el Papa comienza sentando una premisa: “Sin Dios el hombre no sabe a dónde ir ni tampoco logra entender quién es”. Y, de ahí pasa a reivindicar el “humanismo cristiano” como “la fuerza más poderosa al servicio del desarrollo”.
Porque, según Benedicto XVI, “la disponibilidad para con Dios provoca la disponibilidad para con los hermanos y una vida entendida como una tarea solidaria y gozosa. Al contrario, la cerrazón ideológica a Dios y el indiferentismo ateo, que olvida al Creador y corre el peligro de olvidar también los valores humanos, se presentan hoy como uno de los mayores obstáculos para el desarrollo. El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano”.
Más aun, el papa asegura que “solamente un humanismo abierto al Absoluto nos puede guiar en la promoción y realización de formas de vida social y civil –en el ámbito de las estructuras, las instituciones, la cultura y el ethos–, protegiéndonos del riesgo de quedar apresados por las modas del momento”.
Y concluye su bella carta con una cita de la epístola de San Pablo a los romanos: Apóstol en su Carta a los Romanos: «Que vuestra caridad no sea una farsa: aborreced lo malo y apegaos a lo bueno. Como buenos hermanos, sed cariñosos unos con otros, estimando a los demás más que a uno mismo».
martes, 7 de julio de 2009
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