El Banco Central informó que el Índice de Precios al Consumidor (IPC) en marzo aumentó 0.16 por ciento con respecto a febrero, situando la inflación anualizada (de marzo 2008 a marzo 2009) en 2.44 por ciento, la menor de 16 países de América Latina y el Caribe que han publicado a la fecha”.
No hay que dudar que tales números suenan bien y que es entendible la satisfacción con que los ofrecen las autoridades. El problema es que tales cifras no sirven para explicar lo que se siente en el barrio en lo que se refiere a los precios.
Allí hace poco que se estaba inconforme porque un huevo costaba cuatro y cinco pesos (entre 120 y 150 pesos el cartón de 30 unidades para la clase media que va al súper) y resulta que ahora hay que pagar el mismo huevo a 6 y 7 pesos la unidad (entre 180 y 210 las 30 unidades del súper, devenido recientemente en Muro de las Lamentaciones).
Con el pollo el problema es que los productores dicen que lo sirven a alrededor de 20 pesos, pero al barrio llega a 40 y hasta a 45 pesos la libra y del súper ni hablar.
Con el arroz el asunto tiene también su cocorícamo y se mece en una hamaca que va de 20 a 28 pesos la libra, dependiendo de la calidad. Lógico que en el barrio el que consume el pobre es el de menos calidad.
Y así podríamos hablar de la leche en polvo que últimamente parece que a sus precios les han colocado cohetes Saturno de los que usa la NASA para impulsar sus naves.
En fin, señoras y señores, que los numeritos del BC suenan de maravilla en la boca de las autoridades y se ven fenomenales en las páginas de los diarios, pero no tienen nada que ver con los que anota el pueblo cada vez que acude al colmado o al súpermercado.
Y eso no es buena cosa.
Para tener una idea de la dimensión de la tragedia del costo de la vida, debemos tomar de referencia al huevo de gallina. El huevo que hace diez años costaba menos de 50 centavos hoy está costando 6 y 7 pesos, es decir, aumentó más de doce veces su precio, o un 1,200 por ciento.
En ese mismo lapso de tiempo, ¿se han incrementado los sueldos y salarios en la misma proporción? Claro que no. Y eso tampoco es buena cosa, sino una muy mala. Quiere decir que la vida de los dominicanos y dominicanas se deteriora a ojos vista y no hay quien ponga freno a esa desgracia.
Las cifras del BC podrán ser muy buenas, pero con ellas no se va al colmado ni al súper; es decir que, más que números, necesitamos otras políticas.
No hay que dudar que tales números suenan bien y que es entendible la satisfacción con que los ofrecen las autoridades. El problema es que tales cifras no sirven para explicar lo que se siente en el barrio en lo que se refiere a los precios.
Allí hace poco que se estaba inconforme porque un huevo costaba cuatro y cinco pesos (entre 120 y 150 pesos el cartón de 30 unidades para la clase media que va al súper) y resulta que ahora hay que pagar el mismo huevo a 6 y 7 pesos la unidad (entre 180 y 210 las 30 unidades del súper, devenido recientemente en Muro de las Lamentaciones).
Con el pollo el problema es que los productores dicen que lo sirven a alrededor de 20 pesos, pero al barrio llega a 40 y hasta a 45 pesos la libra y del súper ni hablar.
Con el arroz el asunto tiene también su cocorícamo y se mece en una hamaca que va de 20 a 28 pesos la libra, dependiendo de la calidad. Lógico que en el barrio el que consume el pobre es el de menos calidad.
Y así podríamos hablar de la leche en polvo que últimamente parece que a sus precios les han colocado cohetes Saturno de los que usa la NASA para impulsar sus naves.
En fin, señoras y señores, que los numeritos del BC suenan de maravilla en la boca de las autoridades y se ven fenomenales en las páginas de los diarios, pero no tienen nada que ver con los que anota el pueblo cada vez que acude al colmado o al súpermercado.
Y eso no es buena cosa.
Para tener una idea de la dimensión de la tragedia del costo de la vida, debemos tomar de referencia al huevo de gallina. El huevo que hace diez años costaba menos de 50 centavos hoy está costando 6 y 7 pesos, es decir, aumentó más de doce veces su precio, o un 1,200 por ciento.
En ese mismo lapso de tiempo, ¿se han incrementado los sueldos y salarios en la misma proporción? Claro que no. Y eso tampoco es buena cosa, sino una muy mala. Quiere decir que la vida de los dominicanos y dominicanas se deteriora a ojos vista y no hay quien ponga freno a esa desgracia.
Las cifras del BC podrán ser muy buenas, pero con ellas no se va al colmado ni al súper; es decir que, más que números, necesitamos otras políticas.
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